El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, será el primer mandatario en hablar en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que inaugura su período de sesiones número 80, este martes. Inmediatamente después, lo hará el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Aunque se trata de un orden protocolar histórico, en la coyuntura actual podría verse como una imagen potente de las tensiones que atraviesan a la región: la principal voz de la izquierda latinoamericana enfrentada al retorno del republicano a la Casa Blanca.
Pero Lula no es el único que llega a Nueva York con asuntos pendientes con Trump. Los presidentes de Paraguay, Santiago Peña; de Argentina, Javier Milei; de Chile, Gabriel Boric; de Bolivia, Luis Arce y de Colombia, Gustavo Petro, ya confirmaron su asistencia. En cambio, la mandataria de México, Claudia Sheinbaum, será una de las grandes ausentes. En medio de fricciones por la inminente revisión del T-MEC (una versión actualizada del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, implementado en 1994), en su lugar asistirá el canciller, Juan Ramón de la Fuente.
Bajo la consigna “Juntas y juntos somos mejores: 80 años y más por la paz, el desarrollo y los derechos humanos”, cerca de 150 mandatarios y decenas de ministros expondrán entre el 23 y el 29 de septiembre, en el tradicional Debate General en Nueva York.
En un contexto global complejo —crisis climática, guerra en Gaza y Ucrania y múltiples tensiones en Medio Oriente—, los presidentes latinoamericanos buscarán poner en agenda sus propios desafíos: migración, desigualdad, en algunos casos, condicionados por el calendario electoral cargado que podría reconfigurar su mapa político.
El abogado especializado en Relaciones Internacionales, Martín Schapiro, advierte que la región llega en medio de una “crisis del multilateralismo”, en la que no existe un grupo de países poderosos que pueda beneficiarse de ese escenario. Sin embargo, explica que “si antes los países del sur global cuestionaban algunas de las relaciones de poder que surgían de la legalidad internacional, hoy su vigencia tiene un valor defensivo claro”. Por el contrario, Trump arriba a la ONU con un discurso hostil hacia los organismos multilaterales y los principios de la Agenda 2030.
“Trump es el presidente de Estados Unidos, no el emperador del mundo”, dijo Lula Da Silva recientemente en una entrevista con CNN. La tensión entre ambos ilustra los lineamientos de la política del gobierno de Estados Unidos hacia América Latina.
Lula le reprocha la utilización de su guerra arancelaria para incidir en cuestiones de política interna de los países vecinos. En medio del juicio contra el expresidente Jair Bolsonaro por tentativa de golpe de Estado, amenazó con aranceles del 50% a productos brasileños si no se frenaba lo que calificó como “una cacería de brujas”. Poco después, esas tarifas se hicieron efectivas, generando un enfrentamiento directo con Brasil. Bolsonaro fue condenado a 27 años de prisión por tentativa de golpe de Estado, su defensa ya adelantó que apelará la decisión del Tribunal Federal Supremo.
Para Schapiro, “hay un uso de herramientas pensadas para dictaduras, sobre un país democrático que, además, es el más grande de la región después de EE.UU”. En ese aspecto, el analista sostiene que Trump está penando a Brasil, también, por los acercamientos del líder del PT con los BRICS.
Meses antes, en las negociaciones de tarifas con Canadá y México, Trump puso sobre la mesa temas como la migración irregular hacia Estados Unidos y el narcotráfico.
En ese aspecto, la ausencia de Sheinbaum en la Asamblea General llega atravesada por esa tensión. Mientras la mandataria mexicana y el primer ministro canadiense, Mark Carney, buscan fortalecer el T-MEC con miras a su revisión en 2026, el mandatario estadounidense cuestionó los beneficios del acuerdo y endureció su política arancelaria.
Sheinbaum insiste en mantener la “cabeza fría” y una estrategia de cooperación, pero enfrenta críticas internas por supuestamente ceder demasiado ante Washington.
La entrega de decenas de presuntos delincuentes a EE.UU. y el alineamiento comercial frente a China contrastan con su rechazo a permitir operaciones de agencias estadounidenses en suelo mexicano, reflejando el delicado equilibrio que intenta sostener en la relación bilateral.
Schapiro sostiene que “por distintos motivos hoy la región tiene un protagonismo en la agenda norteamericana”.
El periodista argentino especialista en temas de política internacional, Eduardo Martínez, explica que en las últimas décadas, los presidentes estadounidenses no prestaron demasiada atención a América Latina, pero que la creciente influencia de China presenta una amenaza. “China armó su propio ALCA, está en 18 países, tiene una enorme capacidad de penetrar los sistemas políticos latinoamericanos y le está siendo muy difícil a Estados Unidos romper con eso”, explica.
En 2024, el volumen comercial entre China y América Latina superó por primera vez los US$ 500.000 millones y, desde 2019, el país asiático es el segundo socio comercial de la región, detrás de Estados Unidos.
La política de Trump hacia América Latina se mueve entre castigos y pocos incentivos. Schapiro lo define como una estrategia con “mucho garrote y poca zanahoria”. Aunque pueden observarse matices.
Pese a su alineamiento incondicional, el mandatario argentino Javier Milei nunca consiguió avanzar en un tratado de libre comercio y obtuvo los aranceles base del 10%. Sin embargo, es un claro aliado estratégico. Peter Lamelas, embajador nombrado para ese país, dijo que “Argentina es esencial para oponerse a regímenes autoritarios como Venezuela y China”. Hasta aquí, Milei había viajado una decena de veces a Washington sin lograr una reunión oficial con Trump, pero ahora su suerte podría cambiar. En las últimas horas, el gobierno argentino anunció que Milei y Trump se verán mano a mano en Nueva York.
“Argentina es un aliado sistémicamente importante de Estados Unidos en América Latina, y el Tesoro de los Estados Unidos está dispuesto a hacer lo que sea necesario dentro de su mandato para apoyar a Argentina”, escribió Scott Bessent horas antes del encuentro, en medio de rumores de un posible préstamo del Tesoro que reprensentaría un respaldo concreto en medio de una crisis política y económica que enfrenta Milei a semanas de las elecciones de medio término, en su país.
El mismo patrón se repite en otros países. Nayib Bukele en El Salvador se consolidó como socio en la agenda migratoria al aceptar deportados en su cuestionado Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT); Daniel Noboa en Ecuador buscó apoyo en seguridad durante la crisis de violencia interna y hasta planteó la posibilidad de instalar una base naval para albergar tropas extranjeras; y Claudia Sheinbaum en México optó por la negociación pragmática, con extradiciones históricas y cooperación fronteriza que le permitieron frenar amenazas de nuevos aranceles, en un país donde más del 80% de las exportaciones dependen del mercado estadounidense.
En contraste, Gustavo Petro en Colombia encarna el reverso. Su enfrentamiento abierto con Trump y la decisión de la Casa Blanca de descertificar al país en la lucha contra el narcotráfico muestran que los gobiernos percibidos como adversarios corren con desventaja, aun cuando la cooperación se mantiene por razones estratégicas para Estados Unidos.
El enfrentamiento con Caracas ocupa un lugar central en la estrategia de Trump y vuelve a dividir a los países latinoamericanos. Washington desplegó operaciones militares en el Caribe contra embarcaciones venezolanas acusadas de transportar drogas, acciones que Caracas considera agresiones ilegales. “Esto es una operación militar para amedrentar y para buscar un cambio de régimen, desestabilizar a Venezuela, partirla en pedazos”, denunció Nicolás Maduro en un discurso televisado.
Mientras Washington justifica su ofensiva bajo la bandera del combate al narcotráfico, el gobierno de Maduro insiste en que se trata de una agresión directa a su soberanía.
Farid Kahhat, analista internacional, señala que, aunque por Venezuela pasan cargamentos de cocaína, los países de mayor flujo de droga en el corredor del Pacífico son Ecuador, Perú y Colombia. “El énfasis en Caracas responde más a su carácter de dictadura que a datos objetivos”, sostiene.
El profesor universitario advierte que una escalada militar sería desastrosa para la región: “Creo que en general hay conciencia, más allá de la posición ideológica, de que una guerra no le va a ayudar a nadie. Si tuvimos siete millones de desplazados de Venezuela hasta ahora -un flujo que se ha detenido en lo esencial debido a que la economía venezolana salió de su peor época-, una guerra va a empeorar eso y va a empeorar fenómenos como el tráfico de armas en la región.”
En este escenario, los países latinoamericanos enfrentan la disyuntiva de mantener la neutralidad o alinearse con Washington. Ecuador, Argentina, Paraguay designaron al Cartel de los Soles como “grupo terrorista” y Guyana expresó una “profunda preocupación” en un comunicado. Mientras que Petro fue uno de los pocos mandatarios de la región en cuestionar la ofensiva estadounidense cuestionando la existencia de la amenaza. “El Cartel de los Soles no existe, es la excusa ficticia de la extrema derecha para derribar gobiernos que no les obedecen”, escribió el mandatario este lunes en su cuenta de X.
Con elecciones clave en distintos países de la región, América Latina se enfrenta a un cambio de rumbo político. Bolivia llega a un balotaje en noviembre con el gobierno fuera de la contienda y dos candidatos que -aunque con diferencias entre sí– representarán un giro hacia la derecha, después de casi 20 años ininterrumpidos del Movimiento al Socialismo en el poder. Chile y Honduras también irán a las urnas el mismo mes.
La ONU será, esta semana, el escenario donde esas tensiones se expresen con nitidez. Los discursos de Lula y Trump marcarán el tono. Lo que ocurra después, en los pasillos y en las capitales, delineará el nuevo tablero latinoamericano.
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