Sin abandonar la rutina, los venezolanos toman medidas discretamente por temor a un ataque de EE.UU. por tierra

El volumen de la rutina y de la música no ha bajado en la cotidianidad de los venezolanos. Cerca del centro de Caracas, en el Teatro Teresa Carreño, se estrenó un musical a casa llena, días después de que una conocida fiesta de salsa reuniera a más de 1.000 personas en el oeste de la ciudad. También comenzó la temporada de béisbol mientras la ciudad sigue su ritmo. El tránsito, las calles y los mercados muestran escenas habituales, pero, a un volumen más bajo, casi entre murmullos, se suma cada vez más a la conversación el tema del despliegue de buques de guerra estadounidenses en el mar Caribe y el temor de un posible ataque por tierra. Y con esto, pequeños cambios en el día a día.

“El venezolano lo que vive es en angustia pensando qué puede pasar”, dice Ivonne Caña mientras camina a media tarde por Chacao, un municipio del este de Caracas. Angustia y a la vez cierta esperanza de un cambio. “Dios quiera que fuera así, que todo fuera otro cambio para nosotros, porque esto cada día va de mal en peor. Y pidiéndole a Dios con fe que todo cambie”, dice Caña al asegurar que ha pensado en la posibilidad de que haya un giro político en Venezuela a raíz de las presiones de Estados Unidos, aunque aclara que desea que dicha transformación transcurra en paz.

Algunos sectores de la sociedad también suscriben la posibilidad de un cambio, pero con cautela. En los últimos días, en al menos 10 universidades del país fueron desplegadas pancartas con mensajes como “Está pasando… libertad loading 95%”, como una forma de protesta pacífica en espacios donde los temas políticos difícilmente se abordan por temor a la respuesta del Gobierno.

Venezuela atraviesa turbulencias internas, fundamentalmente por una economía en profunda crisis. Pero las presiones externas son las que se han acelerado notablemente en los últimos meses. Estados Unidos anunció este martes el quinto ataque a una pequeña embarcación en aguas internacionales en el Caribe, que supuestamente transportaba drogas, aunque, como en los cuatro casos anteriores, Washington no presentó pruebas.

A su vez, el presidente Donald Trump dijo que autorizó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a operar en Venezuela para frenar los flujos de inmigrantes indocumentados y el tráfico de drogas provenientes de ese país sudamericano. Aunque no precisó si la agencia tendría autoridad para ir en contra del presidente Nicolás Maduro, este anuncio eleva la tensión entre ambos países. Y, en medio de toda esta crisis, el pasado viernes se anunció que la ganadora del Premio Nobel de la Paz era María Corina Machado, principal líder opositora al régimen de Maduro y actualmente en la clandestinidad, que ahonda en la presión internacional sobre el líder chavista.

Con todo, los venezolanos intentan mantener la rutina, aunque, de a poco, algunos adoptan pequeños cambios. Caña, que es cocinera, dice vivir en la incertidumbre y, preocupada por su familia, compra un poco más de comida que de costumbre para tener algo adicional almacenado en casa. El miedo, confiesa, se siente más en la noche: “No dormimos bien”.

En otro punto de la ciudad, Leonardo Urbáez conduce tranquilamente su taxi desde el este con destino al centro histórico de la capital. Se define como chavista y, desde hace unos años, pertenece a la reserva militar. Conversando con unos y otros en sus recorridos diarios, asegura haber notado cierto nerviosismo en las calles. Considera que se ha llegado a un punto en el que se está como en el cuento del lobo. “Todo el mundo asustado, pero después el lobo llega y se queda ahí”.

Urbaez analiza el pulso político entre Caracas y Washington y saca sus propias conclusiones: “Estados Unidos siempre va a buscar negociar lo mejor para ellos, no para Venezuela ni para ningún país”, sentencia.

En todo caso, este taxista dice tomarse la crisis con tranquilidad porque, pese a las tensiones, en su opinión, el desenlace será inevitablemente negociado. “Esto no va para ningún lado”. Sin embargo, aclara que sabe perfectamente cómo usar un arma y que se pondrá a disposición del gobierno si se presenta un conflicto.

Daniela, profesional independiente caraqueña, cuida lo que dice y prefiere no ser identificada con su nombre completo por temor a represalias. Procura, dice, llevar su vida “lo más normal posible para las circunstancias”, aunque admite que en los últimos meses ha evitado alejarse demasiado de su casa o salir de la ciudad sin necesidad.

Percibe el momento como de “mucha incertidumbre, pero con tendencia a la esperanza” y confía en que, cualquiera sea el desenlace, este traerá algo positivo para el país. Está convencida de que “moverá la aguja” del proceso hacia lo que, afirma, la mayoría de los venezolanos reafirmó cívicamente en las urnas el 28 de julio de 2024 y que, de concretarse, podría restablecer el orden democrático y constitucional.

Se refiere a las elecciones presidenciales de 2024. El Consejo Nacional Electoral defiende el resultado anunciado tras los comicios, en los que fue proclamado Nicolás Maduro como ganador sin mostrar los resultados detallados por mesa y centro electoral, mientras la oposición publicó las actas recolectadas por sus testigos asegurando que pueden probar que el verdadero triunfador de la contienda fue su candidato, Edmundo González Urrutia, ahora exiliado en España. En tanto, varios expertos electorales que siguieron aquella jornada, como el Centro Carter y el panel de expertos de las Naciones Unidas, cuestionaron el resultado en sus informes como observadores internacionales.

En otro punto de Caracas, Jhonybe Lugo, una mujer desempleada, dice sentirse nerviosa y preocupada, aunque rechaza imaginar escenarios extremos. “No veo una guerra aquí como en Palestina. No quiero que me pase nada, ni a mi familia”. Las noticias, reconoce, afectan su sueño, pero aun así prefiere mantenerse informada.

Con firmeza, asegura que el Gobierno “está haciendo lo correcto” al reforzar la defensa con apoyo militar y se pregunta: “¿Cómo van a venir los gringos para acá? ¿Qué se creen ellos?”. No ha almacenado alimentos ni adoptado medidas especiales, convencida de que no es necesario, aunque le preocupa el rumbo de los acontecimientos.

Otra mujer, que tampoco quiso ser identificada, ante la consulta de CNN se limita a decir “pongo todo en manos de Dios”, argumentando que en Venezuela “lastimosamente no se puede opinar”. Otro ciudadano, que también pidió no ser identificado, dijo: “Uno está nervioso, pero todos estamos esperando la libertad de Venezuela”. Admitió que ha tomado precauciones y almacenado alimentos, sin dar más detalles.

Yorelis Acosta, psicóloga clínica y social, explica a CNN que son tiempos de mucha incertidumbre y que, de acuerdo con lo observado en distintos eventos y consultas, la principal preocupación expresada por los venezolanos tiene que ver con el tema económico, seguida por las fallas en los servicios públicos entre apagones y servicio intermitente de agua, situaciones que afectan el día a día. Luego entran temas como el de la escalada de tensiones entre Venezuela y Estados Unidos.

Acosta explica que la gente ha ido construyendo pequeños espacios en los que se siente más segura. Como una suerte de miniburbujas. Fuera de esa burbuja, continúa diciendo, se encuentra la realidad. En su opinión hay un efecto acumulativo del estrés del que no se quiere hablar y eso ha dado paso a cuadros de ansiedad, depresión, irritabilidad y trastornos de sueño, entre otros.

A nueve semanas del recrudecimiento de las tensiones entre Caracas y Washington, Félix Seijas, director de la encuestadora Delphos, dijo a CNN que las mediciones muestran un país expectante, pero que no siente el riesgo como algo inmediato. que “la gente no siente la certeza de que aquello va a ocurrir, sino que lo ve como algo lejano”. E insiste: “No es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar”. La mayoría habla del tema como una posibilidad abstracta, sin dedicarle un análisis profundo a las posibles consecuencias.

Seijas subraya que esta percepción tiene sentido histórico: “Jamás hemos vivido algo así en Venezuela. Entonces la gente lo ve como algo más de lo que se habla, pero sin tener claro qué se siente exactamente cuando ocurre”.

Sobre la posibilidad de una acción armada, advierte que las reacciones varían según el escenario. “Nunca se ha estado de acuerdo con algo aparatoso, con bombas y guerras. La mayoría rechaza eso. Hay excepciones, pero son minoría”. Esa postura tiene raíces en la experiencia cotidiana con la violencia criminal, dice el especialista. “Si hay una intervención extranjera, pero no significa destrozos y es algo más, allí aumenta el porcentaje que podría apoyarla. Intervenciones con bombas y aviones sobrevolando, no; la gente no tiende a estar de acuerdo”.

La referencia a “los marines” en el Caribe lleva décadas circulando y a falta de señales visibles para los ciudadanos refuerza la distancia emocional. Seijas lo resume así: “Como dijo una muchacha en una dinámica: Yo voy a la playa todos los días y no veo nada de eso”.

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