Trump dice que Argentina se está muriendo. ¿Es cierto?

Mezcla de tragedia y fatalismo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, describió a la Argentina como un país que se está muriendo: dijo que “no tiene dinero, no tiene nada, y está luchando muy duro por sobrevivir”.

Como si se tratara de un fenómeno lejano y jamás experimentado, el mandatario le preguntó a una periodista durante un vuelo en el Air Force One: “¿Sabes lo que eso significa?” Y, para que quedara aún más claro, soltó una sentencia sobre Argentina que abrió la polémica: “se están muriendo, ¿está claro? Se están muriendo”.

Con declaraciones de este tenor, Trump parece estar tratando también de capear su propia tormenta interna, ya que no son pocas las voces que le recriminan su favoritismo por Argentina, mientras los productores agropecuarios de su país se ven perjudicados y su Gobierno se encuentra cerrado hace tres semanas, sin lograr un acuerdo en el Congreso, lo que provoca que muchos empleados no estén cobrando sus sueldos. En ese contexto, justifica su ayuda como si fuera un asunto de vida o muerte.

El analista internacional Robert Valencia asegura que el descontento por el acuerdo se basa en que “muchos creen que la asistencia que Trump le da a Milei no tiene un valor de retorno, es decir, que Estados Unidos no se beneficia”. Y señala que las críticas a Trump ya nacen desde el propio Partido Republicano, porque hizo campaña aupado en su ya conocido lema “America first”, pero estas medidas parecen ir en contra del interés de sus propios votantes granjeros.

Ahora bien, ¿Argentina se está muriendo? La primera respuesta nace de la historia. Los países se separan, se fusionan, hacen la guerra, firman la paz, tienen crisis de distinto tamaño, pero no se mueren. Y Argentina no es la excepción. Así lo ve por ejemplo, Carlos Fara, analista político: “la declaración de Trump fue excesiva. Argentina está en una situación económica muy complicada, pero no es que nos estemos muriendo. Sí, hay mucha preocupación por el poder adquisitivo de los salarios, hay incertidumbre por el empleo y la economía está frenada. Por eso hay más pesimismo que optimismo y más desaprobación que aprobación de la gestión presidencial”.

Lo mismo observa el periodista financiero del periódico argentino El Cronista, Julián Yosotovich, que plantea un escenario de desafíos, pero asegura: “No creo que Argentina se esté muriendo. De hecho, me parece que está mejor hoy de lo que estaba en el pasado”.

Argentina no se está muriendo, pero atraviesa una crisis —una más— del sector externo. ¿Qué significa esto? Que el ritmo de su generación genuina de dólares es inferior al de la exteriorización de esa moneda. Para decirlo más simple, en la Argentina hoy ingresan menos dólares de los que se van, producto de lo que muchos analistas coinciden que es un dólar atrasado, motivo que alimenta el apetito del turismo emisivo y la importación, dos de las principales canillas por donde fluye la moneda estadounidense al mundo. Por eso tuvo lugar la asistencia extraordinaria del Tesoro de los Estados Unidos y, quizás, también por eso invaden a Trump sentimientos tanáticos cuando piensa en la realidad del país de su aliado, Javier Milei.

Así lo explica también Javier Marengo, Socio y Chief Economist de BlackTORO Global Wealth Management: “Si Argentina está peleando por su vida es por un tema de confianza y la clave es saber cómo se resuelve ese escenario de desconfianza. Y el rescate del gobierno americano de algún modo busca eso”.

Se insiste en las dificultades del sector externo porque otros registros dan cuenta de una recuperación macroeconómica: Argentina es hoy un país con superávit fiscal y comercial, según los últimos datos oficiales y una inflación con tendencia a estabilizarse, aunque aún en porcentajes altos. Todo esto sin descontar que el cuadro social sigue ofreciendo desafíos crecientes, más allá de la frialdad de los números.

Argentina no se está muriendo y atravesó crisis peores que esta. En diciembre de 2001, el país estalló tras diez años de paridad cambiaria de pesos uno a uno con el dólar, cayó el gobierno del entonces presidente, Fernando de la Rúa, hubo cinco presidentes en una semana, una confiscación de depósitos bancarios y se fracturó el tejido social con una explosión de la pobreza.

Puesto en números, durante aquella crisis histórica la tasa de desocupación llegó al 19,7 % en 2002, mientras que el último informe del mercado de trabajo (segundo trimestre de 2025), publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) confirmó que el 7,6 % de los argentinos está desocupado.

A la salida de aquel diciembre trágico de 2001, la tasa de pobreza tocó un récord de 66 % durante los primeros meses de 2002, mientras que el último registro de este año da cuenta de un 31,6 % de argentinos bajo ese umbral, al menos hasta el primer semestre de este año.

La desigualdad social llegó en 2002 al 0,53 del coeficiente de Gini, un índice en el que 1 es una perfecta desigualdad y un 0 una perfecta igualdad, mientras que hoy se ubica en 0,43 durante el primer trimestre de 2025.

El riesgo país —diferencia entre la tasa que pagan los bonos soberanos y los de Estados Unidos, considerados los más seguros del mundo— superó los 7000 puntos básicos en agosto de 2002 y actualmente se ubica 1075.

La inflación acumulada de 2002 fue del 41 %, mientras que a octubre de 2025, ese mismo índice acumulado alcanza un 31,8 %. Por otro lado Argentina terminó el 2001 con un déficit fiscal del orden del 5,3 % del producto y en septiembre, el gobierno de Javier Milei informó que el sector público logró un superávit primario del 1,3 %.

Todo esto sin desconocer que Argentina parece aproximarse a una nueva fase recesiva de su ciclo económico, con tensiones cambiarias, fiscales y sociales que se acentúan durante el año electoral. En un país al que muchas veces mataron, pero nunca se murió.

The-CNN-Wire
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