Cuando Stacy Morgan y su esposo, Brandon Dodick, compraron su casa de playa en Buxton, Carolina del Norte, en mayo, imaginaron que algún día vivirían allí tras su jubilación.
Cinco meses después, la vivienda había desaparecido.
La suya era una de las 27 casas frente al mar en Buxton y Rodanthe, dos pueblos en la isla de Hatteras, parte de las islas barrera de Carolina del Norte, que se han derrumbado en el océano desde 2020.
El aumento del nivel del mar y las tormentas implacables están borrando la tierra más rápido de lo que los lugareños, o los funcionarios, pueden responder.
Los derrumbes se producen en una franja costera estrecha y poco poblada. Sin embargo, algunos expertos advierten que lo que ocurre en Hatteras podría ser un anticipo de lo que sucederá en otras zonas costeras a medida que el cambio climático intensifique las tormentas y acelere la erosión.
En Carolina del Norte, las pérdidas se están acelerando. Dieciséis de las veintisiete viviendas se han derrumbado desde septiembre. Todas estaban desocupadas en ese momento.
Mientras tanto, la red de seguridad social diseñada para proteger económicamente a los propietarios de viviendas de las inundaciones permanece paralizada debido al cierre del Gobierno.
En un comunicado emitido la semana pasada, el Parque Nacional Costero de Cape Hatteras indicó que podrían derrumbarse más viviendas en Buxton en los próximos días.
Muchas de las casas que se han derrumbado estaban a decenas de metros de la línea de costa del océano cuando fueron construidas inicialmente, dijo Reide Corbett, decano del Instituto de Estudios Costeros de la Universidad de Carolina del Este.
Pero en las últimas décadas, “esa línea costera se ha ido acercando cada vez más hasta que estas casas ahora están realmente al borde del agua”, indicó.
Morgan y Dodick sabían que llegaría un momento en que tendrían que trasladar físicamente su casa más lejos de la costa, debido a la erosión costera de la zona. Pero pensaban que tenían años para averiguarlo.
A finales de septiembre, una ola que arrastraba escombros de una casa cercana que ya se había derrumbado golpeó la suya, debilitando sus cimientos. Menos de tres semanas después, el 18 de octubre, Dodick entró en Facebook y vio un video, grabado por un vecino, de su casa siendo arrastrada por las olas.
“Y entonces nuestros vecinos empezaron a llamarnos porque lo oyeron. Era de noche, pero oyeron cómo se desplomaba”, contó Morgan.
Uno de esos vecinos era Lat Williams, quien ha vivido permanentemente en el mismo tramo de playa que Morgan y Dodick durante décadas. Su familia ha sido propietaria de la casa durante casi 45 años.
Durante los huracanes Humberto e Imelda, a finales de septiembre y principios de octubre, Williams dijo que podía oír los golpes sordos de las olas al chocar contra las casas cercanas, y luego los sonidos de derrumbes.
La casa de Williams sufrió daños por las tormentas, pero por ahora sigue en pie. Williams se apresura a trasladarla antes de que el mar también la engulla.
Recientemente compró un terreno tierra adentro y contrató a una empresa especializada en el traslado de casas. La mudanza costará alrededor de US$ 55.000, según comentó.
Espera que las calles de su vecindario, llenas de escombros, estén despejadas a tiempo para la llegada de los transportistas la próxima semana.
“Es una inversión considerable y no recibiremos ayuda del seguro contra inundaciones, pero no queremos perder la casa”, dijo Williams. “Tiene tantos recuerdos y tanta historia. Si podemos salvarla, lo haremos, en lugar de dejar que se derrumbe y cobrar el seguro”.
Williams, quien trabajó 40 años en seguros comerciales antes de jubilarse, expresó su frustración porque el Programa Nacional de Seguros contra Inundaciones (NFIP, por sus siglas en inglés), administrado por la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), no le ayudará a cubrir el costo de reubicar su casa.
Según las normas actuales, solo recibiría una indemnización si dejara que la vivienda se derrumbara en el océano.
FEMA no respondió a la solicitud de comentarios. La agencia no está operando a plena capacidad durante el cierre parcial del Gobierno.
“Las consecuencias de dejar que tu casa se derrumbe son los escombros, la contaminación, los daños a las estructuras vecinas y todo el desastre que conlleva”, indicó Williams. “Nadie quiere que su casa se derrumbe y caiga al mar, pero si la trasladas, que es lo que estamos haciendo, esa política no nos ofrece ninguna ayuda”.
Comprar una vivienda en la playa había sido un sueño de Morgan desde hacía mucho tiempo. Ella y su esposo se enamoraron de su casita “perfectamente imperfecta” en Buxton en cuanto la vieron.
En mayo, cuando compraron la casa por US$ 495.000, Morgan dijo que parecía que había “al menos un campo de fútbol” de arena entre la orilla del océano y su casa.
Sabían que se habían realizado esfuerzos para frenar la erosión en la zona. El más reciente, en 2022, el condado finalizó un proyecto de más de US$ 18 millones para la regeneración de playas, que consiste en añadir arena para ensancharla. Otro proyecto de regeneración estaba previsto para 2026.
Laura Moore, investigadora de entornos costeros en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, afirmó que si bien los proyectos de regeneración de playas pueden frenar la erosión, no son suficientes.
“Cuando un lugar se erosiona tan rápidamente que requiere aportes de arena tan frecuentes, es muy difícil contrarrestar ese proceso”, explicó. “En esta zona, los procesos ambientales se suman y extraen más arena de la que llega de forma natural”.
Si bien algunos lugareños expresaron su frustración porque el Gobierno no mantiene los espigones o muelles en la zona para detener la erosión, Moore dijo que eso solo trasladaría el problema a otro lugar de la isla.
“La erosión que se está produciendo va a seguir ocurriendo”, comentó Moore. “Se puede cambiar su distribución, pero eso no soluciona el problema”.
Moore apunta que podría ser solo “cuestión de tiempo” antes de que tramos de costa en áreas de alta erosión sufran un destino similar, y calificó a Buxton y Rodanthe como “el canario en la mina de carbón”.
La oficina del gobernador de Carolina del Norte, Josh Stein, no respondió a la solicitud de comentarios.
Dodick dijo que pensaban que tendrían al menos entre cinco y diez años antes de tener algún problema con la casa.
Pero los cimientos de su vivienda sufrieron daños el 30 de septiembre. Al día siguiente, Morgan y Dodick intentaron actualizar su póliza de seguro contra inundaciones de US$ 250.000 para que cubriera mejor sus pertenencias, pero no pudieron.
El Programa Nacional de Seguro contra Inundaciones (NFIP, por sus siglas en inglés) no ha podido emitir, renovar ni modificar pólizas durante el cierre parcial del Gobierno.
“Después de esas tormentas, me despertaba cada día con un nudo en el estómago”, afirmó Dodick.
Habían pasado un verano haciendo de la casa su hogar. Luego, una noche, desapareció.
“Nos encantaría quedarnos en la comunidad, pero ahora nos da mucho miedo comprar otra casa allí”, admite Morgan. “Es casi como si nadie nos estuviera ayudando. Parece que nadie está haciendo nada para mejorar la situación”.
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