Mientras los republicanos buscaban explicaciones para el pobre desempeño de su partido en las elecciones de la semana pasada, el presidente Donald Trump tenía varios otros asuntos que atender.
El jueves, ofreció una cena en la Casa Blanca para líderes de Asia Central. Un día después, en el día 38 del cierre parcial del Gobierno, el primer ministro autoritario de Hungría acudió a un almuerzo. Este lunes, el presidente de Siria realizará una visita histórica a la Casa Blanca.
Entre los temas que el presidente de EE.UU. discutió públicamente la semana pasada estuvieron: las políticas migratorias en Europa, la actividad comercial en el mar Caspio, la posición de Sudáfrica en el G20 y las limitaciones energéticas que presenta la geografía de Hungría (“No tienen la ventaja de tener mar”, explicó). No se ha reunido con el liderazgo del Congreso sobre el cierre de Gobierno más largo de la historia ni ha ofrecido soluciones constructivas, sino que ha insistido en la eliminación del filibusterismo, una propuesta inviable en el Capitolio.
Tras diez meses de su nueva administración, Trump ha centrado gran parte de su atención en asuntos exteriores mientras trabaja para poner fin a conflictos, asegurar acuerdos comerciales y forjar un legado presidencial como pacificador. Los líderes mundiales pasan por la Casa Blanca cada semana, y el presidente ha realizado tres viajes al extranjero solo desde septiembre.
Es un enfoque que ha dado resultados, especialmente en el alto el fuego entre Israel y Hamas que el presidente ayudó a negociar en Gaza. Pero mientras los republicanos buscan mejorar sus perspectivas a un año de las cruciales elecciones intermedias, incluso algunos aliados de Trump empiezan a preguntarse si su atención en el extranjero está oscureciendo la identidad de “Estados Unidos primero” que ha construido durante años.
“No vas a convencer a la gente de que vaya a las urnas y vote rescatando a Argentina. Y no vas a convencerlos de que vayan a votar continuando con la financiación de guerras extranjeras, países extranjeros y causas extranjeras”, dijo la representante Marjorie Taylor Greene, la semana pasada, en CNN. “Vas a lograr que vayan a votar cuando te presentes a trabajar y realmente soluciones los problemas que enfrentan todos los días”.
La republicana de Georgia se ha vuelto más crítica de algunas tácticas de Trump últimamente, aunque sigue describiéndose como una firme partidaria. Sin embargo, no es la única que cuestiona si su atención debería estar más enfocada en casa, y en particular en la economía, en lugar de sus esfuerzos en el extranjero.
“Está teniendo mucho éxito con los líderes mundiales, y todos lo respetan”, dijo un asesor de Trump. “Se está enfocando donde tiene éxito. Pero la gente sabe que eso no motiva a nadie a votar”.
Incluso el vicepresidente J. D. Vance dijo la semana pasada que los asuntos internos deberían ser una prioridad.
“Necesitamos enfocarnos en el frente interno”, escribió en X el día después de las elecciones, y agregó: “Vamos a seguir trabajando para que una vida digna sea asequible en este país, y esa es la medida con la que finalmente se nos juzgará en 2026 y más allá”.
La Casa Blanca dijo que Trump sigue enfocado en las cuestiones de costos.
“Abordar la crisis de inflación de Joe Biden ha sido una prioridad desde el primer día para el presidente Trump, quien ya ha bajado los precios de productos esenciales como la gasolina y los huevos, y ha enfriado la inflación a una tasa anualizada del 2,5 %, la mitad del promedio bajo Joe Biden”, dijo el portavoz de la Casa Blanca, Kush Desai, en un comunicado.
“A medida que la sólida agenda económica de la administración sigue dando resultados, los estadounidenses pueden contar con que los salarios reales seguirán aumentando, las inversiones para producir y contratar en Estados Unidos continuarán llegando, y la economía mediocre de Joe Biden quedará firmemente en el pasado”.
Una encuesta de CNN publicada la semana pasada encontró que solo el 1 % de los adultos estadounidenses mencionó la política exterior como el tema más importante que enfrenta el país; el 47 % señaló la economía y el costo de vida. Los esfuerzos internacionales de Trump tampoco recibieron altas calificaciones: el 56 % de los encuestados dijo que sus decisiones de política exterior han perjudicado la posición de Estados Unidos en el mundo.
Aun así, el escenario internacional se ha convertido en un respiro bienvenido para el presidente frente a las realidades monótonas de gobernar en Washington. El mes pasado en Asia, el presidente fue recibido con bienvenidas extravagantes, obsequios de oro y anuncios rápidos de nuevos acuerdos comerciales y de paz. Fue un marcado contraste con la atmósfera que dejó y a la que regresó: discusiones estancadas para reabrir el Gobierno federal cerrado y una creciente ansiedad de los votantes por una economía incierta.
La Casa Blanca ha argumentado que los esfuerzos globales de Trump están entrelazados con sus ambiciones internas. Su régimen de aranceles, que es la columna vertebral de su política exterior, tiene como objetivo en parte restaurar la manufactura estadounidense y reducir el déficit comercial de EE.UU.
Pero en muchos sentidos, la crítica de los aliados del presidente no es sobre la política, sino sobre la impresión de que Trump pasa mucho más tiempo reuniéndose con líderes extranjeros o viajando por el mundo que atendiendo los problemas económicos en casa.
“Llevarlo de gira sin parar por el mundo y a reuniones constantes con líderes de países extranjeros no es ‘Estados Unidos primero’. Simplemente no lo es”, dijo Greene. “Creo que la política interna debería ser el tema más importante en el que el presidente y la Cámara [de Representantes} y el Senado controlados por los republicanos estén trabajando, y eso se reflejó en las elecciones del martes”.
No es raro que los presidentes, en su segundo mandato, centren su atención en la política exterior. Sin la carga de otra campaña de reelección, los líderes suelen tener más libertad para enfocarse en temas que no necesariamente son prioritarios para los votantes. La diplomacia también puede ser una tarea más sencilla para un presidente saliente que los grandes esfuerzos internos que, a menudo, requieren el apoyo del Congreso.
Los legados presidenciales suelen forjarse en el drama del escenario mundial, como Ronald Reagan exigiendo a Mijaíl Gorbachov que derribara el Muro de Berlín o Barack Obama realizando una visita histórica a Cuba. Según sus asesores, Trump también considera que sus esfuerzos por la paz son fundamentales para su lugar en la historia, y compite abiertamente por el Premio Nobel de la Paz.
Sin embargo, para Trump, la dinámica de su segundo mandato es diferente. El año pasado se postuló a la presidencia no como titular, sino como retador buscando desbancar al comandante en jefe en funciones. Su campaña se centró fuertemente en promesas de recuperación económica para los estadounidenses que atraviesan dificultades, no en la búsqueda de un premio Nobel.
Cuando el candidato hizo promesas sobre asuntos exteriores, a menudo puso el listón inalcanzablemente alto. Su promesa de terminar la guerra en Ucrania en un día tras asumir el cargo resultó imposible de cumplir, y luego afirmó que la hizo en tono de broma.
Desde que regresó a la presidencia en enero, Trump ha recibido en la Casa Blanca a los líderes de Hungría, Ucrania, Argentina, Finlandia, Canadá, Israel, Turquía, Polonia, Corea del Sur, Armenia, Azerbaiyán, Filipinas, Bahrein, Congo, Rwanda, Pakistán, Alemania, Sudáfrica, Noruega, Italia, El Salvador, Irlanda, el Reino Unido, Francia, la India, Jordania y Japón. Algunos han visitado varias veces.
También ha convocado cumbres de líderes de Europa, África y Asia Central, y ha reunido a líderes árabes y musulmanes en las Naciones Unidas.
Este año, ha viajado al extranjero a Italia, Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Canadá, Países Bajos, el Reino Unido, Israel, Egipto, Malasia, Japón y Corea del Sur.
Aunque el ritmo de reuniones y viajes es constante, no coloca a Trump en un ritmo más acelerado que sus predecesores, ni siquiera que él mismo. Durante su primer año en el cargo en 2017, Trump recibió a 35 jefes de Estado en visitas oficiales. En 2013, el primer año del segundo mandato de Obama, 34 líderes extranjeros visitaron Estados Unidos oficialmente.
Trump visitó 13 países en 2017. Y Obama visitó 12 en 2013.
El presidente Joe Biden viajó a un ritmo más lento durante su primer año en el cargo, ya que persistían los efectos de la pandemia de covid-19, y en su último año, mientras intentaba centrar la atención en su campaña de reelección. Pero en los años intermedios visitó aproximadamente la misma cantidad de países que Trump.
Biden también tuvo dificultades para equilibrar los asuntos internos con los dos conflictos extranjeros que consumieron el final de su presidencia. En un momento de 2023, estimó que el 75 % de su trabajo consistía en tratar con líderes extranjeros y viajar por el mundo. Más tarde, sus asesores culparon a los viajes internacionales intensivos por el desastroso desempeño en el debate que precipitó su retiro de la contienda.
Otros presidentes también han comprobado que enfocarse en el extranjero —a expensas de abordar el dolor económico de los estadounidenses— rinde poco rédito político. George H. W. Bush supervisó el final de la Guerra Fría y la primera guerra del Golfo, pero a los votantes les preocupaban más el alto desempleo y la inflación, una disparidad que su rival demócrata Bill Clinton aprovechó cuando se postuló y lo derrotó.
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