Un joven sin hogar le pidió comida a un desconocido. El hombre respondió con una pregunta que le cambió la vida para siempre

Peter Mutabazi vio a su objetivo una tarde mientras el hombre caminaba por un mercado concurrido.

El hombre estaba solo y vestido elegantemente con una camisa abotonada, pantalones caqui y gafas de profesor. Paseaba tranquilamente entre los puestos de comida, ajeno a que Mutabazi se acercaba con cada paso.

Este tipo no tiene ni idea, pensó Mutabazi, que entonces tenía 15 años, mientras se acercaba al hombre. Ni una sola vez miró por encima del hombro ni puso la mano en la cartera para asegurarse de que seguía allí. Oportunidades tan fáciles como esta no se presentan muy a menudo.

Mutabazi necesitaba toda la suerte que pudiera reunir en ese momento. Era 1988 en Kampala, Uganda, y llevaba cinco años viviendo solo en las calles. Era solo uno de los miles de niños sin hogar que intentaban sobrevivir en la capital de su país durante una época peligrosa. La economía de Uganda había sido devastada por una guerra civil, golpes de Estado y una epidemia de VIH.

El joven Peter sobrevivía robando y mendigando. Normalmente se acercaba a un comprador para pedirle una limosna mientras se ofrecía a llevarle las bolsas de la compra, solo para robar algo de comida de las bolsas mientras las transportaba a sus autos. Sin embargo, antes de que pudiera hacer lo mismo con este desconocido, el hombre se dio media vuelta y se enfrentó a él.

El hombre entonces sonrió y le hizo una pregunta tan inesperada que el adolescente dio varios pasos hacia atrás involuntariamente. Representaba un peligro que el callejero Mutabazi no había anticipado.

Esa pregunta, y la respuesta que él dio, cambiarían su vida para siempre.

Mutabazi abre la puerta principal de su elegante casa de cinco habitaciones en Charlotte, Carolina del Norte, y recibe a su visitante con una gran sonrisa. Un Tesla blanco está aparcado en su entrada y dos perros bien cuidados —Simba, un goldendoodle, y Rafiki, un labradoodle— ladran y aúllan. El césped bien cuidado en este barrio suburbano está muy lejos de Kampala, pero el viaje de Mutabazi no habría sido posible sin el desconocido que conoció hace más de 30 años.

Hoy, Mutabazi puede ser el padre adoptivo más conocido de EE.UU. Ha acogido a 47 niños y adoptado a tres más. El interior de su casa refleja las formidables tareas de crianza de Mutabazi. A la derecha de su recibidor había una sala de juegos para niños bien equipada, con osos de peluche, un enorme póster de dinosaurios y otro póster con letras grandes y coloridas que decía: “¡QUIERO QUE SEAS valiente, generoso… intrépido, decidido y TÚ!”.

Esta es la versión de Mutabazi que el público estadounidense ha visto en los últimos años. Ha escrito dos libros, cuenta con más de 870.000 seguidores en Instagram y ha sido ampliamente presentado en los medios por su trabajo en el sistema de acogida. Los retratos de Mutabazi lo muestran abrazando y jugando con sus hijos, muchos de los cuales son blancos.

Sus fotos—un inmigrante africano de piel oscura conviviendo con niños blancos y rubios—ofrecen un vistazo de otro mundo más allá de las persistentes divisiones raciales de Estados Unidos. Anthony, el primer hijo adoptivo de Mutabazi, ahora tiene 19 años y dice que quiere ser un defensor del sistema de acogida como su padre.

Mutabazi, de 52 años, dice que nunca se imaginó estar donde está hoy.

“Soñar como niño de la calle es mentirse a uno mismo”, dice. “No soñábamos porque soñar no era algo que nos enseñaran. Soñar con un lugar mejor era mentirte a ti mismo, y no quieres mentirte todos los días”.

Pero ha faltado una voz crucial en las historias sobre Mutabazi. Es la voz del hombre que le enseñó a soñar. Es el hombre que conoció a Mutabazi en el mercado de Uganda e inspiró la frase de sus memorias: “Toda mi vida depende de recibir bondad inmerecida”.

¿Quién es ese hombre? Y de todos los niños de la calle en Kampala, ¿por qué escogió a Mutabazi?

El nombre del hombre es Jacques Masiko, y su vida también ha estado llena de drama. Ahora, a los 77 años, todavía vive en Uganda. Un hombre jovial que habla con un leve acento británico, dice que cuando conoció a Mutabazi vio a un adolescente solo, demacrado y traumatizado. “Estaba descalzo y sin esperanza”, le cuenta Masiko a CNN. “Parecía querer una conexión. Quería que alguien le diera una vida plena”.

El viaje de Mutabazi de las calles de Kampala a Estados Unidos podría haberse descarrilado muchas veces durante su juventud. Él lo ha comparado con ir a la Luna; se siente así de improbable.

Nació en una aldea cerca de la frontera entre Uganda y Rwanda y creció en una choza de paja con sus padres y tres hermanos. Nunca tuvo un par de zapatos ni durmió en un colchón cuando era niño. Pero peor que la pobreza eran los abusos verbales y físicos de su padre.

“Mi padre solía decirme: ‘Ojalá nunca hubieras nacido, así no tendría que alimentarte’”, le cuenta a CNN.

Peter huyó a los 10 años porque dice que temía que su padre lo matara algún día. Sin embargo, más brutalidad le esperaba en Kampala. Se unió a un grupo de niños de la calle que sobrevivían robando, con trabajos baratos y algo peor: prostitución. La compasión de los adultos era escasa. Los borrachos a menudo los golpeaban por diversión.

Un hombre lanzó ácido en la cara de un niño que Peter conocía. Otro niño fue golpeado hasta la muerte por otro hombre. Muchos de sus amigos simplemente desaparecieron.

El “hogar” de Peter era un pedazo de tierra cerca de un basurero. El hedor de la basura se le impregnaba, y luchaba por dormir con moscas metiéndose en su nariz. Tenía tanto miedo de quedarse dormido en público por lo que un extraño podría hacerle, que una vez pasó cinco días sin dormir.

Se llamaba a sí mismo Niño Basura.

“Cuando vives entre basura, hueles a basura y la gente te trata como basura, es difícil no pensar en ti mismo de esa manera”, escribió en sus memorias, “Now I am Known” (Ahora soy conocido).

Un día, vio a Masiko caminando por el mercado.

Mientras los dos se miraban en el mercado, el hombre le hizo una pregunta simple.

“¿Cómo te llamas?”

Peter vaciló. Era una pregunta peligrosa porque ningún adulto se la había hecho en la calle. No decir su verdadero nombre era una forma de autodefensa. El anonimato ayudaba al niño de la calle a crear una armadura psicológica. Podía seguir siendo insensible si solo se veía a sí mismo como el Niño Basura.

Pero ese extraño lo desafiaba a recordar su humanidad y a confiar en un adulto.

“Me daba miedo”, dice Mutabazi hoy. “La amabilidad significaba peligro. Estás intentando tratarme como un ser humano y eso es peligroso porque sé que vas a pedirme algo que no quiero dar o vas a obligarme a dártelo”.

Peter le dijo su verdadero nombre. Masiko sacó un par de plátanos de su bolsa de compras y se los dio. El niño se sentía incómodo, pero había encontrado una fuente de alimento confiable. Cada vez que Masiko visitaba en los meses siguientes, Peter lo buscaba para pedirle más comida.

Y entonces se desarrolló un patrón curioso. Masiko lo abordaba con más preguntas:

“¿Te gustaría ir a la escuela?”.

“¿Te gustaría cenar con mi familia?”.

“¿Te gustaría ir un día a la iglesia con nosotros?”.

No era fácil para Peter responder. El cambio, aunque fuera desde su situación infernal, le parecía amenazante. No podía imaginar ser algo más que el Niño Basura.

“Soñar no era parte de mi ecosistema”, le dice Mutabazi a CNN. “No quería creer. Esperar era mentirse a uno mismo. Y yo no quería mentirme a mí mismo”.

Sin embargo, siguió diciendo que sí. Masiko lo inscribió en un internado y persuadió a la madre de Peter para que permitiera que su hijo se mudara con su familia. Y poco a poco, Mutabazi descubrió por qué ahora podía soñar: No podría haber elegido a una mejor persona en el mercado.

Masiko es el padre de seis hijos biológicos con su esposa, Cecilia, pero literalmente no puede contar cuántos niños ha ayudado a lo largo de su vida. Un hombre elegante que prefiere los sombreros de lana tipo Kangol, en ese entonces, a finales de los años 80, también era el director nacional de Compassion International, una organización cristiana de ayuda humanitaria con sede en Colorado dedicada a sacar a los niños de la pobreza en todo el mundo.

Al principio, el adolescente Peter tuvo dificultades para integrarse con la familia de Masiko. No se unía a la mesa familiar hasta que todos los demás estaban sentados. Se levantaba de su asiento y empezaba a recoger la mesa y lavar los platos en vez de relajarse con el resto de la familia en la sala. A menudo se sentaba cerca de una puerta durante la cena, preparándose para el momento en que Masiko estallara en ira y golpeara a su esposa, como hacía su padre biológico.

“Con él vi algo que nunca había visto antes”, dice Mutabazi sobre Masiko. “Él se sienta con su familia y se ríen y platican. Pensé que era un espectáculo, una broma”.

Peter se dio cuenta de que se había convertido en parte de la familia cuando Masiko le extendió una pequeña cortesía en la mesa un día. Señaló un asiento vacío en la mesa y le dijo que ahora le pertenecía a Peter.

“En toda mi vida nunca sentí que pertenecía a nada”, dice Mutabazi. “Pero que ellos pusieran una silla extra para mí, sentí que, ‘Oh, soy especial. Soy lo suficientemente bueno para sentarme con todos’”.

Masiko también invitaba a menudo a viajeros internacionales a la mesa familiar debido a su trabajo con Compassion International. Conocer a estos invitados —muchos de ellos profesionales exitosos— ayudó a ampliar los sueños de Mutabazi para su propia vida, dice.

Mutabazi logró graduarse de una universidad de Uganda con la ayuda financiera de Masiko, antes de ganar una beca para estudiar y finalmente obtener un título en Manejo de Crisis, en el Oak Hill College de Londres.

Se mudó a Estados Unidos en 2002 para estudiar Teología y actualmente es un defensor principal de la infancia en World Vision, una organización internacional cristiana de ayuda que apadrina a niños necesitados y provee ayuda de emergencia a familias en dificultades.

El recorrido psicológico que ha hecho Mutabazi es, en cierto modo, más desafiante que las distancias físicas que ha recorrido. Pero Mutabazi dice que Masiko siempre ha sido la estrella que lo guía. Él quería lo que Masiko tenía: una familia amorosa, educación y una vida dedicada a ayudar a los demás.

Cuando dudaba y necesitaba fuerzas, a menudo pensaba en Masiko. El hombre constantemente le decía a Mutabazi lo inteligente y valiente que era.

“Se convirtió en mi ídolo”, dice Mutabazi sobre Masiko. “No había nada que no pudiera hacer.”

Masiko ha seguido el éxito de Mutabazi desde lejos. Su voz se suaviza cuando habla del papel de Mutabazi como padre de crianza temporal.

“Me da una gran alegría saber que mi trabajo no ha sido en vano”, dice.

Cuando se le pregunta hoy por qué ayudó a Mutabazi, Masiko cita sus creencias religiosas.

“Mi fe en Cristo me obligó a amar a Peter más que a cualquier otra cosa”, le dice a CNN.

También había otra razón para sus acciones.

“Quiero ayudar a alguien a pasar del punto A al punto B”, dice Masiko. “Vi en Peter un gran potencial”.

Puede haber otra razón también, dice Josh Masiko, uno de los seis hijos de Masiko. Él dice que su padre también creció en la pobreza, con un padre distante que tenía muchas esposas, algo que no es raro en algunas culturas africanas polígamas.

“Su recuerdo de niño era ser desplazado”, dice Josh Masiko, quien actualmente trabaja para Google en Atlanta.

Su padre ayudó a muchos niños que eran como Mutabazi, dice Josh Masiko. Sus padres constantemente abrían su casa a niños necesitados, los alimentaban y pagaban sus estudios, dice. A menudo, el joven Masiko dijo que tenía que ceder su cuarto temporalmente para otros niños o desconocidos.

“Él simplemente da”, dijo Josh Masiko sobre su padre. “Todavía está pagando matrículas escolares de gente que ni siquiera conozco”.

Y ahora, algunos de aquellos a quienes Masiko ayudó están devolviendo el favor.

Recientemente, a Masiko le diagnosticaron cáncer de próstata. Necesitaba recaudar US$ 11.000 para la cirugía, pero no tenía el dinero. Cientos de los antiguos niños a quienes ayudó a lo largo de los años —muchos de ellos ahora doctores, ingenieros y abogados— se unieron para pagar sus gastos. Ahora está recibiendo quimioterapia.

“Tengo el espíritu fuerte aunque mi cuerpo todavía esté débil”, dice.

Cuando se fue de Uganda a Estados Unidos cuando tenía 18 años, Josh Masiko dice que su padre le dio un consejo.

“Dijo que la mayor inversión que puedes hacer no es en… riquezas ni en cosas [materiales]. Es en las personas. Si inviertes en las personas, nunca te equivocarás”.

Cuando le preguntan cuánto ha invertido en niños como Mutabazi, Masiko se detiene e intenta desestimar la pregunta con una risa rápida.

“No toques tu propia trompeta”, dice.

Al insistir, Masiko dice que ha perdido la cuenta de cuántos niños ha ayudado. Luego menciona a una joven que llegó a trabajar como empleada doméstica en su casa hace varios años.

“Le dije a mi esposa que veía potencial en ella”, dice. “Así que la enviamos a la escuela y el año pasado se graduó con una licenciatura en Trabajo Social”.

Ahora Mutabazi es uno de sus beneficiarios más destacados. Masiko ha volado a Estados Unidos para conocer a los hijos adoptivos y de acogida de Mutabazi. Se maravilla de la relación que Mutabazi tiene con ellos.

Ahora Mutabazi es uno de sus beneficiarios más destacados. Masiko ha volado a Estados Unidos para conocer a los hijos adoptivos y de acogida de Mutabazi. Se maravilla de la relación que Mutabazi tiene con ellos.

“Él derrama su vida en la de ellos”, dice Masiko. “Me da una gran alegría saber que mi esfuerzo no ha sido en vano”.

“Esta tarde leí un mensaje que Peter me envió” por correo electrónico, dice. “Y, oh Dios mío, dijo, ‘Tú eres mi héroe. Mi mentor. Mi esperanza’. Ese mensaje me levanta el ánimo”.

En sus memorias, Mutabazi describe uno de sus mayores miedos: “Toda mi vida viví con el temor de convertirme en mi padre”.

Ese miedo se hizo realidad. Sí se convirtió en su padre —no en el biológico, sino en el hombre al que ahora llama papá—.

Y tal vez algún día, los niños de acogida sonrientes que aparecen con Mutabazi en las fotos serán como Masiko, también.

John Blake es escritor sénior de CNN y autor de las aclamadas memorias “More Than I Imagined: What a Black Man Discovered About the White Mother He Never Knew”.

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