El acercamiento de China a América Latina y el Caribe inquieta desde hace más de 10 años a la Casa Blanca, que ha trazado medidas de diverso tono a los países de la región para tratar de frenar la creciente influencia de Beijing. Desde enero, la política del Gobierno del presidente Donald Trump hacia el sur del río Grande, mucho más confrontativa, en ocasiones está generando el efecto contrario y abre nuevas oportunidades para el gigante asiático.
Desde el boom de los commodities, a comienzos de este siglo, China se ha vinculado con la región a través del comercio, préstamos e inversiones, principalmente. Con un avance constante, superó hace un lustro a la Unión Europea como segundo socio comercial de América Latina y en el caso de varios países ya está por encima de EE.UU..
Por su parte, el gobierno de Donald Trump, que ha presionado a varios países para contener esa proyección china, ha adoptado este año una diplomacia más coercitiva en su principal esfera de influencia, con una fuerte política antiinmigratoria, la aplicación de aranceles adicionales, designación de cárteles y pandillas como grupos terroristas y hasta un despliegue militar en el Atlántico en medio de tensiones con Venezuela.
“(El panorama) está cambiando. Algo que no era una ‘Guerra Fría 2.0’ se está convirtiendo en eso. Ninguna potencia alternativa a Estados Unidos tuvo desde el fin de la Primera Guerra Mundial una presencia tan importante en la región como China”, afirmó el politólogo José Luis León-Manríquez, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (México), especialista en temas asiáticos.
Para el internacionalista, Washington “tardó mucho en reaccionar” ante la presencia china. “Cuando despertaron de este sueño de que América Latina solo se gobernaba con políticas neoliberales, se dieron cuenta que China ya era el primer, segundo o tercer socio comercial. Finalmente están sonando las alarmas, estamos viendo la reacción que siente amenazada su hegemonía en lo que considera su patio trasero”, dijo en entrevista con CNN.
En ese período, además del financiamiento, Beijing firmó tratados de libre comercio con cinco países. El año pasado, el líder Xi Jinping inauguró en Perú el megapuerto de Chancay (cuyo 60 % pertenece a una empresa de capitales chinos), que facilitará un gigantesco volumen de carga entre Asia y Sudamérica.
Además, 22 de los 33 países de América Latina y el Caribe han firmado su adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), también conocida como nueva Ruta de la Seda, un símbolo global del ascenso chino a través del cual ha invertido desde 2013 cientos de miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura en varios continentes.
El más reciente fue Colombia, que firmó en mayo un acuerdo de intención. El presidente Gustavo Petro explicó en un discurso en julio que la decisión pasó también “porque no nos insultaban allá ni nos amenazaban”, en alusión a las críticas de Washington. A mediados de septiembre, el Gobierno de Trump descertificó a Colombia en la lucha contra el narcotráfico, atribuyendo la medida al mandatario colombiano, y en los últimos días le retiró el visado.
Desde el primer día de su gestión, Trump, con su “arte de la negociación”, dejó claro que apostaba por imponer las condiciones que buscaba, incluso a países más afines. En su discurso inaugural dijo que quería “recuperar” el canal de Panamá, argumentando un presunto control chino en la vía navegable. Menos de dos meses después, la firma estadounidense BlackRock acordó comprar dos puertos a ambos extremos del canal a una empresa con sede en Hong Kong, aunque las autoridades panameñas, que semanas antes se habían retirado de la BRI en medio de las presiones de EE.UU., sostuvieron que fue una transacción entre privados.
A mitad de año, Trump impuso aranceles del 50 % a productos de Brasil bajo argumentos políticos, pese a que Washington tiene un superávit comercial con el gigante sudamericano. China, socio de Brasil en los BRICS, aprovechó para criticar a Washington por las medidas y se acercó a Brasilia para fortalecer la alianza comercial.
“Que Estados Unidos pretenda regresar a un discurso de bien o mal, resulta anacrónico, no resuena en la región ni en los tiempos en los que vivimos. Eso no quiere decir que no ponga presión y tenga efectos reales. Está amenazando, ejerciendo su poder y puede lograr algunos objetivos”, dijo David Castrillón-Kerrigan, profesor de la Universidad Externado de Colombia e investigador de la política exterior de China y Estados Unidos.
El docente subrayó en diálogo con CNN que los países de América Latina tienen “necesidades apremiantes, de desarrollo, infraestructura” y “buscan soluciones de donde vengan, con socios que estén disponibles”.
No obstante, los bolsillos de Washington no tienen a la región entre sus prioridades, en medio de ajustes a los programas de asistencia internacional. Las visitas del secretario de Estado, Marco Rubio, a los países latinoamericanos han tenido como eje la migración y la lucha contra el narcotráfico, y poco de economía, inversiones o comercio. En ocho meses de Gobierno, Trump solo ha recibido a un presidente en el Salón Oval, el salvadoreño Nayib Bukele, y en los últimos días ofreció un respaldo al presidente de Argentina, Javier Milei, entre negociaciones para un posible acuerdo significativo. Dos gestos que pueden estar más relacionados a la afinidad ideológica que a la estrategia geopolítica.
“La estrategia de Estados Unidos ha sido más de amenazas que de incentivos”, sintetiza Zara Albright, investigadora postdoctoral de la Universidad de Princeton, especializada en las relaciones de América Latina con ambas potencias.
La politóloga, que ha seguido de cerca las inversiones chinas en la región, indicó que una estrategia más sostenible para Washington, en lugar de la coerción, sería apuntar a financiamientos de proyectos de valor agregado, ya que China se ha enfocado en los productos primarios, pero ese incentivo no parece estar por ahora en la lista de opciones de EE.UU.
En el Foro China-CELAC de mayo, Xi llamó a construir un nuevo capítulo de las relaciones, y anunció líneas de crédito por más de US$ 9.000 millones. Además, se comprometió a importar más productos de calidad y no solo bienes primarios.
En 2024 China superó la meta de volumen comercial con América Latina que se había puesto hace una década, al superar los US$ 500.000 millones, según el Gobierno chino. En menos de un cuarto de siglo, el valor se multiplicó casi 38 veces con respecto a la cifra de 2000, según reporta la CEPAL.
De todos modos, aún representa solo la mitad de los bienes que comercia la región con Estados Unidos, según el organismo, que también reporta una distancia considerable favorable a Washington en cuanto al origen de inversiones extranjeras directas.
Albright apuntó que en los últimos años ha bajado la oferta de financiamiento de Beijing. “China no está ofreciendo tantos préstamos como antes. Es una tendencia general global, sobre todo desde la pandemia. Creo que tiene que ver más con la economía y política doméstica”, dijo. Sin embargo, recalcó que Estados Unidos en este período “no ha sido una alternativa real” a ese tipo de créditos, por lo que hay un vacío que se mantiene.
La investigadora considera que las advertencias de Washington sobre presuntos condicionamientos de China a los préstamos, que ha calificado como “predatorios”, están más basados en exageraciones. Beijing ha rechazado esos señalamientos.
“Si quisieran usar esos préstamos para capturar recursos o puertos, ya lo hubieran hecho”, dijo Albright, recordando las dificultades de pago que atravesaron varios países durante la pandemia. “Es una narrativa fuerte, pero no tenemos evidencia de ello (el condicionamiento). Para China, el principio de no intervención aplica a todo”, aseguró. Además, recordó que Beijing mantuvo los vínculos en Brasil durante la presidencia de Jair Bolsonaro (2019-2022) y las continúa actualmente con Javier Milei al frente de Argentina, dos líderes abiertamente alineados con Washington, pero que no cortaron lazos con el gigante asiático dada su relevancia comercial.
Los casos mencionados de Panamá y Brasil grafican las diferentes reacciones que pueden tener los países frente a la presión de la Casa Blanca, con factores que varían según el tamaño de sus economías, la distancia geográfica a Estados Unidos y la dependencia comercial con el norte, entre otros factores.
“El caso brasileño es muy interesante, la potencia de la región que ha apostado a un posicionamiento jugando con todo, a pesar del disgusto de Trump”, dijo David Castrillón-Kerrigan, profesor de la Universidad Externado de Colombia e investigador de la política exterior de China y Estados Unidos. El Gobierno de Lula da Silva, que desestimó los reclamos de Trump contra el juicio al expresidente Jair Bolsonaro, presentó un plan para contrarrestar los aranceles y también medidas para regular las redes sociales.
Sin embargo, pocos tienen la capacidad para desafiar abiertamente a Washington, y algunos caminan con la cuerda más floja que otros. “América Latina no es un monolito, vemos distintas estrategias y acciones”, comentó Castrillón-Kerrigan. “Si fuéramos a hablar de un patrón general, es que cada país trata de navegar estos años de tal manera que no concentren su riesgo más de lo que ya estaba”, agregó.
El politólogo también sostuvo que no se trata de “una cuestión de coyuntura” y consideró que los países de la región “ya tienen como política de Estado acercarse más a China, ya sean de izquierda o derecha”, más allá de las ideologías.
A su vez, Albright señala que los factores dependen de qué tan estrechos sean los vínculos con las potencias, y recordó el caso de Chile, que dejó sin efecto la licitación a una empresa china para la elaboración de pasaportes luego de que Washington advierta que podría cancelar el programa Visa Waiver, que autoriza la entrada al país norteamericano sin un visado. “La presión de EE.UU. depende de ciertos mecanismos, puntos de presión. No podría hacer lo mismo con Argentina, que no tiene el Visa Waiver. Tengo la sensación de que algunos países de América Latina no van a querer ceder”, dijo la investigadora de Princeton.
Florencia Rubiolo, politóloga especializada en las relaciones económicas y políticas de Sudamérica y Asia, destaca el caso chileno como un ejemplo. “Chile es un caso de éxito en su capacidad de diversificar y balancear” frente a EE.UU. y China, dijo, sin minimizar las tensiones y momentos de negociación. El país, que firmó un TLC con China y se ha adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, también mantiene relaciones fluidas con Washington. “Puede actuar en ese equilibrio, que no es permanente, está constante dialogando con ambos”, indicó.
Sobre el inédito salvavidas económico en negociación con Argentina, Rubiolo dijo que la idea es “fortalecer la presencia” estadounidense en el país y “tentar a Argentina a mostrarle que China no es la única alternativa posible”.
Consideró que la idea es “novedosa”, tras años de poca presencia, algo que “se venía reclamando desde América del Sur”. Sin embargo, matizó: “Bien, nos están pidiendo que no seamos tan contemplativos (con China), que no busquemos tanto la asistencia, ¿pero cuál es la alternativa? China es nuestro segundo socio comercial después de Brasil, y hoy Estados Unidos no está en lugar de reemplazar ese tipo de posición”, señaló Rubiolo, directora de Insight 21, think tank de la Universidad Siglo 21. Por ello, cree que la ayuda estadounidense sería insuficiente para contener los vínculos con Beijing.
Además, sostuvo que el acercamiento no pasa por una decisión estratégica, sino por “cuestiones espasmódicas” del presidente Trump. “Sería positivo que se repita en otros lugares, pero implicaría que está teniendo una visión regional de América Latina, reevaluando su propio rol, algo más complejo. A esto lo veo como una respuesta coyuntural a un problema específico que está teniendo un aliado”, expresó.
La posible ayuda económica a Argentina rememora al rescate de 1995 a México, cuando Washington le dio un préstamo en medio de una crisis financiera conocida como “efecto tequila”, cuando ya estaba en vigor Tratado de Libre Comercio de América del Norte (actualizado en 2020 por el T-MEC). Los estrechos vínculos entre los países vecinos llevaron al Gobierno de Bill Clinton a tomar la decisión, no sin críticas de la oposición republicana. Actualmente, más del 80 % de las exportaciones mexicanas van a EE.UU., mientras que China está en tercer lugar, detrás de Canadá.
León-Manríquez, quien fue miembro del Servicio Exterior Mexicano, indica que el país “se vuelve un punto muy importante de confrontación entre las dos potencias”. El politólogo afirma que varios países asiáticos usan a México como plataforma de exportación, para entrar al mercado estadounidense con los beneficios del acuerdo comercial, que será revisado en 2026.
“Mi pronóstico para la renegociación no es necesariamente el mejor. Se va a orientar a la creación de una unión aduanera en la que se establezca un arancel común frente a la competencia de productos chinos. Eso implicaría una restricción muy fuerte, una disrupción en las cadenas productivas y la disponibilidad de productos. El Gobierno (de la presidenta Claudia Sheinbaum) no va a tener mucho margen de acción, tiene pocas cartas de negociación por el 80% de exportaciones (a EE.UU.)”, sostuvo.
La mandataria Sheinbaum, que abordó la relación con Trump apostando por lo que llamó “cabeza fría”, ha exhibido las tensiones y desafíos de ese vínculo bilateral, y algunos críticos la acusan de “ceder” ante exigencias de la Casa Blanca.
En cuanto a la perspectiva china, Xi planteó a inicios de septiembre, ante líderes aliados, un nuevo orden mundial, aunque pocas veces se reconoce a sí mismo como una potencia hegemónica, sino que apuesta por un sistema multipolar.
“China tiene un discurso doble”, dijo León-Manríquez, que considera que muchas de las inversiones del gigante asiático no están exentas de dimensiones políticas, ni asegura que vayan a carecer de políticas imperialistas.
Ante el desmantelamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) ordenado por Trump, algunos expertos indicaron que el escenario podría ser “un regalo” para China y su influencia internacional, con la oportunidad de construir “poder blando” proyectando una imagen de líder del sur global.
Para Castrillón-Kerrigan, China no está abocada a ocupar el lugar dejado por USAID. “No en América Latina y no en el mundo. Han sido firmes en su visión del mundo al que estamos entrando. un mundo multipolar. No busca la responsabilidad y mucho menos esos costos, no van a reemplazar a Estados Unidos”, aseguró. Sin embargo, dijo que ello no significa que no estén llevando iniciativas que afianzan los vínculos, como bancos multilaterales o iniciativas de desarrollo.
En el foro China-CELAC de mayo, Beijing anunció la exención de visado para cinco países de la región —Brasil, Argentina, Chile, Perú y Uruguay—. Hace unas semanas, China Eastern Airlines comenzó a vender boletos para su nuevo vuelo que conecta Shanghái y Buenos Aires, que promociona como “el vuelo directo más largo del mundo” y destaca como una medida clave para una “Ruta Aérea de la Seda” entre Asia y Sudamérica.
Castrillón-Kerrigan subraya que la imagen de China, aunque permanece alejada de la valoración de la de EE.UU., ha venido en ascenso en las encuestas anuales de Latinobarómetro. “China pasó de ser un extraño lejano a uno de los socios centrales de la región, mientras que Estados Unidos pasó de ser un vecino incómodo pero necesario a un problema. (…) Estos cambios de percepciones no son pasajeras, reflejan cambios estructurales, profundos”, comentó.
Pero sin una clara vocación de China por llenar los vacíos, ¿cómo puede América Latina sacar provecho, o al menos no salir perdiendo, en la disputa entre las potencias y las presiones que emergen de esa tensión? Con los diversos desafíos que enfrenta cada país, no ha habido una postura unificada a Estados Unidos o hacia China.
Albright consideró que es necesario “un manejo inteligente” de la política exterior, principalmente con Estados Unidos, al que ve más sensible a las decisiones y más proclive a reaccionar asertivamente. “Creo que los países (de la región) se van a cansar. China no se irá, continuará siendo un mercado importante, y una fuente de productos baratos, inversión y tecnología. Si Estados Unidos sigue amenazando y obligando a escoger, en algún momento la propuesta de China va a ser mejor”, indicó.
No obstante, advirtió que el panorama sería distinto si la disputa entre Washington y Beijing llega a otro plano. “Si pasamos a una fase más de preocupaciones de seguridad nacional, de conflicto, ahí América Latina va a tener más dificultades. En ese contexto sería mucho más difícil mantenerse no alineado”, señaló.
Por su parte, Rubiolo enfatizó la necesidad de mantener los vínculos con las dos potencias, para tratar de obtener beneficios de ambos hacia el crecimiento, teniendo en cuenta las apremiantes necesidades de desarrollo. “Nuestra baja inserción internacional está atada a la falta de infraestructura, de conectividad, de transporte. (Los países) no están en el lugar de rechazar posibilidades de líneas de financiamiento”, acotó.
En ese escenario de necesidad, Castrillón-Kerrigan coincide con Albright en ver a China más cauta y a EE.UU. “muy explosivo” en sus reacciones. “Uno puede recibir castigo de Washington, como lo vemos en el caso de Brasil o la descertificación de Colombia. Mientras Estados Unidos no presente una alternativa real, aunque sea en lo económico, los países de la región no van a tener más opción que acudir a China, porque la otra opción sería quedarse de brazos cruzados”, señaló.
De todas formas, recalcó que las inversiones chinas no serán suficientes para cubrir las necesidades de desarrollo. “América Latina se queda corta. Si solo son los chinos quienes invierten, no va a ser suficiente”, urgió el politólogo colombiano. En un contexto en que la Unión Europea, pese a algunos anuncios de inversión, no pisa fuerte en la región, el vacío podría seguir allí. “Tiene que haber otros actores, pero es difícil pensar quiénes serán”, agregó.
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