Un funcionario estadounidense lo llamó “Bibi-sitting”, o cuidado de Bibi, una especie de puerta giratoria de miembros de más alto rango de la administración Trump que visitan Israel para asegurarse de que el primer ministro Benjamin Netanyahu, frecuentemente conocido como “Bibi”, se adhiera al acuerdo de alto el fuego negociado por Estados Unidos.
Se trata de un cambio en la narrativa de un anuncio de campaña de hace una década en el que Netanyahu era el “Bibi-sitter” (el cuidador) que custodiaba a los hijos de una pareja en una noche de cita.
Ahora es Estados Unidos el que asume ese papel, despachando enviados, miembros del gabinete e incluso al presidente para garantizar la implementación del naciente acuerdo de cese del fuego en Gaza.
En pocas palabras, la “Bibi-sitter” se ha convertido en el cuidado.
En el lapso de apenas dos semanas, un desfile extraordinario de altos funcionarios estadounidenses ha descendido sobre Israel en un bombardeo diplomático.
El presidente Donald Trump lanzó una ofensiva de seducción al visitar Israel la semana pasada para supervisar la firma del acuerdo de alto el fuego en Gaza.
Posteriormente, el martes, el vicepresidente J. D. Vance aterrizó en el aeropuerto Ben Gurion para supervisar la implementación del acuerdo. Y se espera que este jueves también llegue el secretario de Estado, Marco Rubio.
Mientras tanto, el yerno de Trump Jared Kushner y el enviado especial, Steve Witkoff, han realizado múltiples misiones a Israel, moldeando y consolidando el acuerdo para convertirlo en una realidad diplomática.
Las visitas estadounidenses de alto nivel a Israel en tiempos de crisis no son inéditas: el presidente Joe Biden viajó a Tel Aviv días después del 7 de octubre de 2023 en una impactante muestra de solidaridad, advirtiendo a los enemigos de Israel que no se involucraran. Su secretario de Estado, Antony Blinken, lo siguió en repetidas ocasiones.
Pero esas visitas se centraron más en la solidaridad y la disuasión. Las de Trump se centran en la gestión y el cumplimiento. Estados Unidos no solo está mediando en el alto el fuego en Gaza, sino que lo está gestionando activamente.
“Tenemos la intención de seguir comprometidos todos los días para asegurarnos de que la paz se consolide”, dijo Vance en una conferencia de prensa el martes, al presentar un nuevo centro de coordinación estadounidense para monitorear y evaluar en tiempo real los avances del acuerdo de alto el fuego en Gaza.
“El evento está siendo gestionado por una entidad externa, por los estadounidenses, y este es un asunto muy problemático”, declaró el martes el exjefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), teniente general Gadi Eisenkot, a la radio israelí Kan. “A medida que avancemos con el acuerdo, entrarán más fuerzas internacionales, lo que limitará a las FDI”.
La microgestión de Washington en la implementación del acuerdo subraya su determinación de que el alto el fuego tenga éxito.
La administración Trump está invirtiendo una cantidad increíble de capital político para forzar que el alto el fuego sobreviva sus primeras semanas.
Pero también refleja preocupación por las intenciones de los socios políticos de Netanyahu. Sus aliados de extrema derecha se han opuesto al fin de la guerra y han pedido la ocupación total de Gaza. Netanyahu logró aprobar la primera fase del acuerdo, incluyendo el regreso de los rehenes en Gaza a cambio de la liberación de prisioneros y detenidos palestinos.
La segunda fase es mucho más desafiante: definir la gobernanza y las fuerzas de seguridad de la posguerra en Gaza, así como establecer qué papeles desempeñarán la Autoridad Palestina, los estados árabes y otros actores internacionales.
La fragilidad de la tregua quedó expuesta a principios de esta semana tras un enfrentamiento militar en Rafah en el que murieron dos soldados israelíes.
Jerusalén se apresuró a declararlo una violación del alto el fuego. El ministro de Finanzas de extrema derecha, Bezalel Smotrich, tuiteó una sola palabra: “Guerra”. Israel llevó a cabo ataques en Gaza que mataron a más de 40 palestinos.
Netanyahu anunció posteriormente el domingo por la tarde la suspensión de la ayuda humanitaria que entraba en Gaza. Sin embargo, dos horas después, bajo presión estadounidense, cambió de postura, según una fuente israelí con conocimiento del asunto.
Tres días después, Vance afirmó que habría “escaramuzas inevitables”, pero que el alto el fuego duraría.
La fase de posguerra también marca una recalibración de los roles regionales. A pesar del profundo escepticismo israelí, Turquía y Qatar son fundamentales en el marco de Washington para la reconstrucción y la mediación en Gaza.
Vance declaró con insistencia en Jerusalén que “los israelíes deben aprobar qué tropas están sobre el terreno en Israel, o en Gaza”, al tiempo que elogiaba a Ankara y Doha por su influencia “constructiva”.
“Las reglas del juego se están escribiendo mientras hablamos, pero ya está claro que Estados Unidos lleva la voz cantante e Israel se rige por sus reglas”, declaró a CNN Amos Harel, analista militar sénior de Haaretz. “Netanyahu nunca lo admitirá, pero en gran medida, Israel hipotecó parte de su independencia, con los generales estadounidenses controlando el timón”.
Las fuerzas israelíes están acostumbrada a una cooperación increíblemente estrecha con Estados Unidos, algo que se ha puesto de manifiesto repetidamente durante la guerra.
Pero Harel afirma que esto es más que cooperación: es gestión. “A los líderes militares israelíes no les gusta necesariamente tener otra autoridad rondándoles”, declaró a CNN.
No obstante, Las FDI, cuyo jefe de Estado Mayor presionó para aceptar un alto el fuego anticipado, entiende que es la única manera de poner fin a la guerra.
“La pista estadounidense, aunque esté llena de agujeros, es el camino para llegar allí”, dijo.
Esta dinámica se refleja en las reiteradas intervenciones de la administración Trump en las decisiones estratégicas de Israel durante los últimos meses.
En junio, Trump ordenó a la Fuerza Aérea israelí retirar los aviones de combate que se dirigían a un ataque contra objetivos iraníes.
En septiembre, forzó una disculpa de Netanyahu a Qatar por el ataque fallido contra líderes de Hamas en Doha.
Días después, ordenó públicamente a Israel que detuviera las operaciones aéreas en Gaza.
Para algunos observadores y políticos israelíes, la magnitud de la intervención estadounidense podría afianzar la percepción de que Israel depende de la autorización estadounidense, lo que erosiona su soberanía y su libertad para ejercer la fuerza.
“Netanyahu, sin ayuda de nadie, nos ha convertido en un protectorado que acepta dictados sobre su seguridad”, denunció el lunes el líder opositor Yair Lapid.
Netanyahu rechazó las críticas. El miércoles, junto a Vance en Jerusalén, afirmó que la idea de que Israel es un estado cliente de Estados Unidos es una tontería.
“Una semana dicen que Israel controla a EE.UU., y la siguiente que EE.UU. controla a Israel”, manifestó con sarcasmo.
Vance se hizo eco de su postura, diciendo: “No queremos un estado vasallo, y eso no es Israel. No queremos un estado cliente, y eso no es Israel. Queremos una alianza, queremos un aliado aquí”.
Tanto Trump como Netanyahu han declarado repetidamente su intención de impulsar a Medio Oriente más allá de la gestión del conflicto hacia una renovada expansión de los Acuerdos de Abraham.
Es la zanahoria que Trump le ha puesto delante a Netanyahu, y la Casa Blanca está haciendo todo lo posible para que se haga realidad.
Pero el principal obstáculo político israelí persiste: cómo conciliar la demanda de un camino viable para la creación de un Estado palestino con la línea dura de la coalición de Netanyahu.
En este caso, la influencia estadounidense podría beneficiar a Netanyahu: la presión de Trump puede brindarle cobertura política interna y una excusa para concesiones que su coalición jamás aceptaría de otro modo.
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