Monte Nemrut, en Turquía, un lugar donde colosales dioses de piedra custodian un misterio que ya tiene 2.000 años

El monte Nemrut se eleva más de 2.000 metros sobre la provincia de Adıyaman, en Turquía, mientras sus laderas se desvanecen desde olivares a roca desnuda.

Desde la distancia, parece un pico cualquiera de la cordillera oriental del Tauro, hasta que las colosales cabezas aparecen a la vista.

Se asientan en una línea solemne cerca de la cima: grandes rostros de piedra, sus rasgos suavizados por siglos de terremotos, heladas y sol. Muy abajo, las cabras se abren paso entre la hierba seca mientras el viento sopla por el paisaje.

Es difícil saber qué es más sorprendente: encontrarse con estas cabezas gigantes cerca de la cima de una de las montañas más altas del sureste de Turquía, o el hecho de que alguien creyera que durarían para siempre.

Pero ese era el sueño del rey Antíoco: construir una montaña donde pudiera sentarse entre deidades, su poder tallado en piedra y encerrado en una eterna competencia de miradas con el horizonte.

Antíoco I gobernó un estado llamado Comagene que floreció brevemente hace 2.000 años en una región al norte de Siria y el río Éufrates, después de la desintegración del imperio de Alejandro Magno. Fue un lugar donde chocaron las tradiciones griega, persa, asiria y armenia.

Con la esperanza de mantener su influencia sobre la región incluso después de la muerte, Antíoco mandó construir su tumba en Nemrut, flanqueada por figuras de piedra que representaban el singular mosaico de mitologías que rodeaban su reino.

El propio Antíoco estaba sentado entre ellas, codeándose con la inmortalidad.

El tiempo y la naturaleza tenían otros planes. Hoy, las estatuas yacen decapitadas y agrietadas, pero aún vigilan la cima de la montaña, conocida localmente como el “Trono de los Dioses”.

El paisaje bien vale la subida, con vistas espectaculares del sureste de Turquía, por no mencionar los hermosos amaneceres y atardeceres.

Pero el flujo constante de visitantes que llegan hasta aquí, ya sea a pie o por la carretera que serpentea por la mayor parte de la montaña, están aquí por las maravillas arqueológicas.

El aislamiento de la cima de la montaña ofrece espacio para imaginar el rico pasado de Comagene y las complejas batallas y tratados que definieron la búsqueda de nuevos territorios por parte de un reino.

Llegar a la cima de Nemrut es relativamente sencillo. Los visitantes pueden caminar, pero también hay una carretera que lleva la mayor parte del camino, accesible en auto o con una visita guiada.

El trayecto de 50 minutos en automóvil desde el distrito de Kahta de Adıyaman hasta la entrada del Parque Nacional del Monte Nemrut forma parte de la experiencia.

A lo largo del camino, las cabras y las vacas que pastan al borde de la carretera crean escenas pastorales que probablemente han cambiado poco a lo largo de los siglos.

Más arriba, el puente Septimio Severo, una maravilla de la ingeniería romana, todavía cruza el río Cendere, mientras que el túmulo de Karakuş conmemora a las mujeres de la familia real de Comagene, ofreciendo una rara visión de la vida cotidiana y ceremonial del reino.

La ruta también pasa por las ruinas de Arsemia, el antiguo santuario real. Tallada en los acantilados se encuentra una de las inscripciones griegas antiguas más largas encontradas en esta región. Se sitúa sobre un relieve bien conservado que representa un “apretón de manos de los dioses”: el rey Mitrídates I estrechando la mano del héroe Heracles.

Justo antes del ascenso final, vale la pena detenerse para contemplarlo todo. En la hora dorada, el sol proyecta una luz dramática sobre el antiguo reino.

En las estribaciones del Nemrut, el pueblo agrícola de Kahta ofrece otra mirada al pasado, uno que aún vive. Aquí, las estructuras de dos pisos construidas de piedra se han mantenido sin cambios durante generaciones.

El piso inferior sirve de almacenamiento y refugio para ovejas y cabras, el nivel superior es una casa familiar. Osman Aksoy, que ofrece té a los visitantes en su granja, describe a la comunidad como “un activo superviviente de la historia de la región”.

Más arriba en la montaña, la carretera llega a un moderno aparcamiento e instalaciones, incluido un centro de visitantes.

En su apogeo, hace dos milenios, este lugar era un sitio sagrado o complejo real, y habría estado repleto de fieles y funcionarios.

Después de pagar una entrada de aproximadamente US$ 12, los visitantes se enfrentan a una caminata de 25 minutos para llegar a las terrazas de la cima.

Se recomienda usar calzado resistente y ropa de abrigo, especialmente al amanecer y al atardecer, incluso en pleno verano. La subida implica una caminata de 500 metros por aproximadamente 300 escalones, algunos bastante empinados.

El aire se enrarece con cada paso ascendente en la antigua escalera de piedra, y el mundo comienza a desvanecerse abajo.

Pronto, una inmensa cima artificial de piedra triturada —el túmulo— domina todo el horizonte.

Es aquí donde la monumental ambición de Nemrut se hace evidente.

Mucho antes de que se formaran las fronteras modernas de Turquía, el Reino de Comagene floreció aquí: un feudo pequeño, pero rico que fusionó las tradiciones de la región más amplia en algo completamente propio.

Las figuras de piedra en Nemrut combinan tradiciones griegas, persas y armenias: Zeus, Apolo y Heracles reimaginados a través de símbolos y estilo orientales, junto con una diosa local de la fertilidad y el propio Antíoco.

Los monumentos, que se cree que alguna vez alcanzaron más de 15 metros de altura, fueron diseñados para asegurar su inmortalidad. Pero después de que los romanos conquistaron Comagene, el santuario fue abandonado a la intemperie.

Hoy en día, las cabezas derribadas son un recordatorio inquietante de la ambición eterna de un rey.

Se cree que el túmulo de 50 metros de altura que corona Nemrut alberga el lugar de descanso final de Antíoco I, pero el misterio de la tumba oculta del rey ha desconcertado a los arqueólogos durante más de un siglo.

Karl Sester, un ingeniero alemán que trabajaba en la región, informó por primera vez sobre el sitio a la Academia Prusiana de Ciencias en 1881.

Más tarde, la arqueóloga estadounidense Theresa Goell pasó décadas excavando túneles a través de las laderas de la montaña, buscando la cámara, pero nunca la encontró. Algunos comparan su complejo diseño interno con el ingenio de las pirámides egipcias.

En 2006, la Universidad Técnica de Medio Oriente en Ankara lanzó un nuevo programa de investigación, utilizando tecnología moderna para continuar lo que Goell comenzó, pero sin perturbar el sitio.

“No ha sido posible ningún intento de excavación desde 1987”, apunta el guía autorizado Salih Abursu. “Esa protección garantiza que el misterio de la cámara oculta del rey Antíoco, y su contenido, permanezca intacto. Mantiene los secretos más profundos del sitio a salvo de los saqueadores de tumbas y del paso del tiempo”.

Hoy en día, Nemrut es un parque nacional protegido, cuidadosamente restaurado y estabilizado para los visitantes, incluyendo el uso de “nano cal” inyectada en finas grietas para proteger las frágiles estatuas de piedra de los fuertes vientos, la nieve y el calor del verano.

En la cima, tres terrazas —este, norte y oeste— se despliegan como un antiguo escenario.

La terraza norte nunca se completó, pero la este revela una disposición procesional de deidades colosales, relieves ancestrales y un altar ritual.

Las cinco figuras principales dominan: Zeus, Apolo, Heracles, la diosa de la fertilidad Comagene y Antíoco, flanqueados por un león y un águila, símbolos del poder terrenal y celestial.

En la terraza oeste, siglos de terremotos y erosión han dejado las estatuas dispersas y decapitadas. Sus enormes cabezas se encuentran ahora entre las imágenes más icónicas de Turquía.

Beste Tomay, académica y experta en arqueología del Nemrut en la Universidad de Adıyaman, afirma que un relieve en la terraza oeste que representa un león marcado con estrellas y una luna creciente es muy significativo.

“Esta losa de piedra se considera el calendario astrológico más antiguo conocido del mundo”, sostiene. También fija la fecha de la entronización del rey Antíoco I el 7 de julio del 62 a.C.

Las inscripciones talladas en griego en los respaldos de los tronos revelan 237 líneas de decreto real: detalles del linaje divino de Antíoco, sus leyes y su deseo de que las generaciones futuras lo celebren con fiestas y reverencia.

Debajo de la cima, la vista es vasta: barrancos que se precipitan a ambos lados, las montañas Tauro que se alzan al norte y las doradas llanuras de Mesopotamia que se extienden infinitamente hacia el sur, hacia el río Éufrates.

Al caer la tarde, los turistas se reúnen entre los dioses caídos para ver cómo el sol se oculta en el horizonte.

“Nos impresionó mucho su profunda herencia antigua y la vista espectacular”, comenta Julian Boschmann, quien visitaba el lugar desde Chicago con un amigo.

La luz comienza a cambiar. Las estatuas brillan rojas, luego ámbar, antes de desvanecerse en el sol poniente. Las sombras se extienden sobre los rostros de piedra mientras la montaña se hunde de nuevo en el silencio.

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