La votación en el Senado del estado de Indiana en contra de un nuevo mapa del Congreso por el que el presidente Donald Trump había presionado es uno de los ejemplos más extraordinarios hasta la fecha de cómo los republicanos se han enfrentado al líder del partido.
Pero no fue el único ejemplo este jueves.
De hecho, Trump recibió una serie de críticas negativas en sus esfuerzos por dominar su partido y la política estadounidense.
El día pareció reforzar los límites emergentes de la capacidad de Trump para obligar a otros a inclinarse ante él, a medida que sus números en las encuestas caen y el mandatario tiende hacia el estatus de presidente saliente.
Indiana fue sin duda el mayor ejemplo. A pesar de meses de presión por parte de Trump y sus aliados, los senadores estatales republicanos hicieron una declaración.
La mayoría (21) de ellos (40) votaron en contra de la postura de Trump, derrotando el mapa de forma contundente.
Se enfrentaban a las promesas del presidente de derrocarlos en las primarias, a la presión del vicepresidente J. D. Vance y del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, y a numerosas amenazas físicas. (Las autoridades no han vinculado las amenazas a ningún grupo ni campaña).
En otras palabras, estos republicanos habrían sabido con precisión los costos potencialmente severos de sus votos, y una mayoría de ellos aún así votó contra Trump.
El resultado de la votación también fue significativo en otro sentido: podría haber puesto punto final al gran esfuerzo de redistribución de distritos de Trump.
Al fracasar en obtener dos distritos favorables en Indiana (como proponía el borrador), la férrea iniciativa de Trump para que los estados manipulen los mapas electorales a mediados de la década para favorecer al Partido Republicano el próximo año parece estar fracasando.
Los republicanos podrían obtener una ventaja en un puñado de escaños, pero cada vez parece más probable que la victoria sea casi un empate.
Pero no debemos perder de vista otros grandes acontecimientos que perjudicaron a Trump el jueves.
En Virginia, el Departamento de Justicia fracasó por segunda vez en lograr una nueva acusación contra la fiscal general de Nueva York, Letitia James.
Los dos intentos fallidos se produjeron después de que un juez desestimara una acusación inicial porque la fiscal federal que la obtuvo no cumplía con los requisitos legales.
Para enfatizar: esto no es normal. En un año completo, entre octubre de 2012 y septiembre de 2013, los jurados investigadores federales rechazaron acusaciones formales solo cinco veces en todo el país, de 165.000 casos. Ahora lo han hecho dos veces tan solo en el caso James.
Todo esto ocurre después de que otro jurado investigador también rechazara un cargo contra el exdirector del FBI James Comey, otro de los objetivos de represalia de Trump, en su acusación inicial.
El panorama emergente parece confirmar la poca solidez de las acusaciones en la campaña de represalia de Trump.
Y todo, al igual que su iniciativa de redistribución de distritos, parece estar a punto de fracasar porque una institución —en este caso, el sistema de justicia penal— no se está plegando a su voluntad.
La historia es similar con los esfuerzos de Trump por atacar a los demócratas que advirtieron a los militares sobre la posibilidad de que la administración Trump diera órdenes ilegales.
Trump acusó a media docena de demócratas, como el senador Mark Kelly de Arizona, de comportamiento sedicioso e incluso traidor, y, además, invocó la pena de muerte.
Pero las represalias de Trump también sufrieron un duro golpe el jueves. Después de que la Marina entregara un informe sobre Kelly solicitado por el secretario de Defensa, Pete Hegseth, el presidente de la Comisión de las Fuerzas Armadas del Senado, Roger Wicker, indicó a CNN que no había nada que hacer.
El republicano de Mississippi declaró que no era apropiado que los militares siquiera intentaran castigar a Kelly, y mucho menos sancionarlo por sedición o traición.
Indiana ni siquiera fue la única legislatura que reprendió a Trump el jueves. También lo hizo la Cámara de Representantes de Estados Unidos, donde 20 republicanos votaron a favor de revocar la orden ejecutiva de Trump que despojó a los trabajadores federales de sus derechos de negociación colectiva.
Aunque parece improbable que la legislación se convierta en ley, es raro que los republicanos voten tan directamente en contra de algo que Trump quiere o ha hecho. Y quienes votaron en su contra no fueron solo moderados.
Y, por último, hay otro debate clave en Washington, donde los legisladores parecen tener una opinión muy diferente a la de Trump, y no parece que la estén cambiando, a pesar de los esfuerzos del mandatario.
El jueves se supo que Trump nominaba a Lindsey Halligan, quien fue descalificada en los casos de James y Comey, para ser confirmada como fiscal federal. Su confirmación le daría la facultad de solicitar este tipo de acusaciones promovidas por Trump.
Sin embargo, hay un gran problema: bajo su antigua regla de “papel azul”, el Senado no confirma a candidatos como ella a menos que cuenten con la aprobación de los senadores del estado en cuestión. Y Virginia tiene dos senadores demócratas que no le darán dicha aprobación a Halligan.
Trump ha estado librando una larga campaña de presión para lograr que el liderazgo republicano del Senado desestime esta norma, que también retomó el jueves en las redes sociales.
Pero su renovado impulso fue rápidamente rechazado por republicanos clave.
El líder de la mayoría del Senado, John Thune, afirmó que hay “muchos más senadores republicanos interesados en preservar esa (regla) que quienes no lo están”.
Mientras tanto, el presidente de la Comisión Judicial del Senado, Charles Grassley, sugirió que el verdadero problema era que la Casa Blanca no le enviaba suficientes nominaciones para puestos judiciales. “ATENCIÓN WH; ENVÍEN MÁS NOMINACIONES”, publicó el republicano de Iowa en X.
El episodio encapsuló una tendencia emergente con Trump, que parece simplemente arrojar algo contra la pared y esperar que se pegue.
Pero eso ya no parece servirle de mucho, sobre todo porque las instituciones e incluso sus compañeros republicanos están haciendo acopio de fuerza de voluntad y coraje para resistirlo.
Y el jueves fue un día bastante malo para Trump en ese frente.
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