El despliegue de Estados Unidos en el Caribe se inició con naves de guerra: destructores, cruceros, un submarino y, más recientemente, un portaaviones de propulsión nuclear.
Pero luego comenzaron a llegar también los aviones de combate a la región, donde EE.UU. y Venezuela mantienen una creciente escalada de tensiones: Washington dice estar llevando a cabo una operación antidrogas y acusa al gobierno del presidente Nicolás Maduro de liderar un cártel, mientras que Caracas niegas las acusaciones y denuncia un intento de golpe de Estado.
En caso de conflicto, las aeronaves estadounidenses deberían enfrentarse al sistema de defensa áereo venezolano, equipado casi en su totalidad con armamento ruso.
Las primeras aeronaves en llegar fueron los cazas furtivos F-35, emplazados en Puerto Rico, y los AV-8B Harrier II que operan desde el buque de asalto anfibio USS Iwo Jima. Después se vieron en los radares civiles los bombarderos B-52 y luego los B-1, que llegaron a 35 kilómetros de la costa de Venezuela en vuelos desde el territorio continental de Estados Unidos.
Cuando el portaaviones de propulsión nuclear USS Gerald Ford llegue al Caribe proveniente de Europa, sumará a los cazabombarderos F/A-18 Super Hornet al teatro de operaciones, entre otras aeronaves.
Se trata de una flota aérea que supera en calidad y cantidad a la mayoría de las Fuerzas Armadas del mundo, y que ofrece al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un amplio abanico de posibilidades si decide, como ha sugerido ya, atacar blancos del narcotráfico en tierra en Venezuela, como ya lo ha estado haciendo con embarcaciones presuntamente cargados con drogas en aguas internacionales.
Frente a esto, Venezuela cuenta con una de las defensas aéreas más avanzadas de América Latina, al menos en el papel: su estado de operatividad no está claro, en un contexto de problemas de mantenimiento sufridos por el país en las últimas décadas.
Los cazabombarderos bimotores Sukhoi Su-30MK2, fabricados en Rusia, son la cara más visible del sistema de defensa venezolano y figuran entre las aeronaves más potentes del continente. Venezuela compró 25, pero entre accidentes y problemas logísticos no está claro cuántos aún vuelan, según un informe de la ONG venezolana Control Ciudadano.
En septiembre, Caracas mostró un video de uno de sus Su-30 del Grupo Aéreo de Caza 13 “Leones”, armado con un misil aire-superficie antibuque Kh-31 “Krypton”, también de fabricación rusa.
Por otro lado, entre sus muchos sistemas antiaéreos de misiles destacan los S-300, los Buk y los Pechora, todos de fabricación rusa y diseñados para atacar blancos a diferentes altitudes y distancias, a lo que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) llama “Defensa Aeroespacial Multicapa”.
Adicionalmente, Venezuela dice contar con 5.000 misiles portátiles Igla-S —rusos, también—, operados por una sola persona y con capacidad de abatir blancos a baja altitud y corta distancia.
Los S-300VM con los que cuenta actualmente Venezuela tiene un alcance máximo de 200 kilómetros, a una altitud máxima de 30 kilómetros. Son los más capaces con los que cuenta el país, y pueden abatir aviones, misiles de crucero y misiles balísticos.
En tanto los Buk-M2E pueden atacar blancos a una distancia máxima de unos 40 kilómetros, a 25 kilómetros de altitud.
De acuerdo con imágenes satelitales obtenidas por Vantor, la empresa aeroespacial antes conocida como Maxar, dos lanzadores Buk fueron vistos a mediados de octbre en la base aérea militar La Carlota en Caracas.
Los más antiguos y menos capaces de los sistemas venezolanos son los S-125 Pechora 2M, con un alcance de unos 25-35 kilómetros a una altitud de 18 kilómetros.
Dos lanzadores de Pechora, montados sobre camiones, fueron vistos en imágenes satelitales también divulgadas por Vantor en Barcelona, a unos 250 kilómetros al este de Caracas.
Estos tres sistemas de armas son móviles, es decir que están montados en vehículos para ser trasladados rápidamente, y superan en capacidad y tecnología a cualquier otro desplegado en América Latina.
Por esta razón, Andrei Serbin Pont, analista especializado en política externa, defensa y seguridad, dijo a comienzos de octubre a CNN que en caso de conflicto “posiblemente serían los primeros blancos a ser neutralizados”.
Después de todo, “el control del espacio aéreo suele ser una de las primeras prioridades”, establece la doctrina de operaciones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
El manual destaca así las misiones de Supresión de las Defensas Aéreas Enemigas (SEAD), al igual que los ataques contra bases aéreas, bases de misiles y centros de comando y control, como prioritarias en operaciones aéreas ofensivas.
Los F-35 desplegados en Puerto Rico son especialmente capaces en misiones SEAD, destaca el fabricante Lockheed Martin, como así también los F/A-18 que llegarán con el USS Gerald Ford.
Estados Unidos tiene una larga historia diseñando tácticas para la supresión de defensas aéreas: el primer programa se creó en 1965, durante la guerra de Vietnam, para contrarrestar a los misiles antiaéreos soviéticos en el conflicto.
A estas peligrosas misiones se las llamó, y sigue llamando, “Comadreja Salvaje” (Wild Weasel).
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