Su auto se averió en Acción de Gracias de 1980 y entró en una casa que estaba vacía. Poco después, los dueños regresaron

Sucedió una noche antes del Día de Acción de Gracias (Thanksgiving) de 1980. Una tormenta de nieve inesperada había cubierto el centro de Missouri con centímetros de nieve. Y el auto de John Morris acababa de patinar en una carretera helada y terminó en una zanja.

John seguía sentado al volante de su Chevrolet Nova 1969, en shock. Intentó mantener la calma, respiró hondo varias veces. Poco a poco procesó que estaba a salvo e ileso.

Pero su coche era otra cosa.

“El coche había muerto”, le dice John a CNN Travel. “Volvió a arrancar bien, pero con la nieve no tenía tracción alguna… estaba atascado”.

John tenía 18 años. Conducía solo desde Olathe, Kansas, hasta la casa de sus abuelos en St. James, Missouri, durante el fin de semana festivo de 1980.

Desde que terminó el bachillerato, John había trabajado como proveedor de catering en una universidad de Kansas. Tuvo que trabajar hasta el mediodía de esa víspera del Día de Acción de Gracias. Había observado con tristeza a todos los estudiantes marcharse uno o dos días antes, mientras él tenía que esperar para poder cargar su mochila en el auto y comenzar su viaje por carretera.

El viaje estaba previsto para durar unas cuatro horas. John hizo una parada a mitad de camino para visitar a unos amigos en Warrensburg, Missouri, y luego continuó por las carreteras rurales.

Fue entonces cuando empezó a caer la densa nieve rápidamente.

“Era una nieve pesada y húmeda. Esto era muy inusual… casi nunca nevaba en noviembre en Missouri”, recuerda John.

A medida que la nevada se hacía más intensa, las carreteras se volvían más resbaladizas.
John condujo lo más despacio posible, pero cuando su coche encontró un punto resbaladizo de la carretera, perdió el control inmediatamente.

“La parte trasera de mi auto giró hacia la derecha y siguió girando hasta que la parte trasera del auto cayó en la zanja del lado izquierdo de la carretera”, recuerda John.

“No tener el control del vehículo es una experiencia muy inquietante… Tuve muchísima suerte de que no viniera tráfico en sentido contrario”.

Después de calmarse, John tomó conciencia de la realidad de su situación: “No había manera de sacar mi auto de esta zanja sin una grúa”.

Era 1980. En esa época, John no podía llamar a la empresa de grúas desde un teléfono móvil. Tampoco podía enviar mensajes de texto a sus abuelos. Sus opciones eran limitadas.

John era un adolescente. Recuerda haber sido simultáneamente “joven e ingenuo” y “pragmático”. Pensó que sería peligroso quedarse en el auto en la zanja mientras la nieve seguía asentándose.

“Así que pensé: ‘¿Qué hago ahora?, ¿cuáles son mis opciones?, ¿cuáles son mis posibles recursos?’”, recuerda John.

La carretera estaba rodeada de tierras de cultivo; había pocas casas a la vista. Pero justo antes de salirse del pavimento, John había notado una casa a lo lejos. Pensó que ese era el refugio más cercano.

“Así que caminé con dificultad por la nieve, y llamé a la puerta”, dice John.

Un hombre respondió. John le explicó lo que había pasado y le preguntó si podía usar su teléfono para llamar a la empresa de grúas. El desconocido accedió, pero dijo que John no podría esperar dentro de su casa, ya que estaba a punto de salir.

John llamó desde el teléfono fijo. La empresa de grúas dijo que enviaría a alguien, pero no podía prometer cuándo llegarían. La nevada inesperada durante las fiestas estaba causando caos en toda la región.

“Había muchos autos que se habían salido de la carretera”, dice John. “No podía esperar en la casa desde donde había hecho la llamada. Así que volví a mi auto y dije: ‘Tendré que esperar’”.

John se quedó junto a su auto un rato. Iba vestido para el frío, pero no preparado para una nevada.

“Nada de abrigo grueso, ni bufanda ni botas”, asegura John. “Ni siquiera estoy seguro de si tenía guantes”.

Mientras tanto, el tiempo empeoraba. No había señales de la empresa de grúas. Ya estaba oscureciendo.

“Y la nieve era espesa y estaba mojada, y yo tenía frío, así que empecé a buscar otras opciones”, recuerda John. “Tenía un frío incómodo, y prefería buscar refugio en un entorno cálido… aunque estoy muy cerca de Jefferson City, sigo en una carretera rural, así que no hay muchas casas a los lados de la carretera”.

John miró a su alrededor, intentando decidir qué hacer a continuación.

“Empecé a mirar a mi alrededor”, recuerda. “Y en la otra dirección, al sur, al otro lado de la carretera, había una luz en una colina”.

John comenzó a subir la colina, con la esperanza de que la luz indicara que los ocupantes de la casa estaban dentro. A medida que se acercaba, vio el contorno de una casa de campo con revestimiento de tablillas. La luz que había visto desde abajo era una luz exterior del porche.

El camino de entrada tenía unos “300 metros”, recuerda John, y parecía más largo, especialmente en las condiciones frías, húmedas y oscuras; se le nublaba la visión por la nieve. Pero al final, lo logró.

“Un perro salió a saludarme, moviendo la cola. Y me llevo muy bien con los perros, así que nos hicimos amigos bastante rápido”, afirma John.

Esto le pareció un buen presagio. Pero cuando John llamó a la puerta, nadie respondió. Saludó, pero aun así, nadie respondió.

Instintivamente, John giró el pomo de la puerta. La puerta se abrió; estaba sin cerrar con llave.

Pensando que quizá los ocupantes de la casa estaban arriba y quizás no oían, John entró en la casa. Gritó otro “hola”, y nadie contestó.

Entró en la cocina, que estaba oscura, hasta que buscó a tientas un interruptor y encendió la luz del techo.

Claramente, no había nadie en casa. John vio un teléfono en el mostrador, junto a una guía telefónica, y decidió llamar a la empresa de grúas para pedir una actualización, para luego salir de la casa vacía y volver a bajar por la colina.

El teléfono repicó, pero no hubo respuesta.

“Supuse que estaban sacando autos de las zanjas y quizá pronto lleguen al mío”, recuerda John. “Así que apagué la luz de la cocina y empecé a bajar por el camino de entrada”.

Cuando John llegó al pie de la colina, vio con alegría cómo su auto había sido sacado de la zanja y estacionado al otro lado de la carretera. Aliviado, John volvió a ponerse al volante.

“Cuando intenté encender el auto, arrancó bien, pero cuando intenté avanzar, en cuanto las ruedas empezaron a girar, simplemente se deslizó de nuevo y cayó en la zanja otra vez”, recuerda.

John descubrió más tarde que la batería del auto se había dañado cuando el auto derrapó hacia atrás y se salió de la carretera. No lo sabía en ese momento, pero sí sabía que el coche no se podía conducir.

Y justo arriba de la colina había una casa de campo desocupada muy cálida y acogedora.

Así que John volvió a la casa vacía. Volvió a tomar el teléfono, llamó a sus abuelos y les contó lo que había pasado y dónde estaba. Su abuela le contó que sus padres y su hermana pequeña también se habían quedado atrapados en la tormenta de nieve.
Decidieron que las carreteras no eran seguras y se quedaron en un motel junto a la carretera a pasar la noche. La abuela de John instó a su nieto a que se quedara en donde estaba.

John colgó y observó su entorno. Para entonces, ya había tomado una decisión: se quedaría en la granja esa noche. Se sentía poco culpable por esa decisión, porque definitivamente no era seguro esperar dentro de su auto averiado. Y sí, estaba allanando una morada, pero no tenía malas intenciones. ¿Quizá incluso podría hacer algo bueno mientras estuviera allí?

Miró alrededor de la cocina y sus ojos se posaron en un montón de platos apilados junto al fregadero, que había que lavar. Pensando que lo mínimo que podía hacer era ayudar con algunas tareas del hogar, John terminó de lavar y secar esos platos. Luego encontró un bolígrafo y papel y escribió una nota explicando quién era y por qué estaba allí, por si acaso se quedaba dormido en el sofá antes de que volvieran los dueños. Sacó algo de dinero en efectivo de su cartera y lo dejó junto a la nota sobre la mesa de la cocina, como muestra de su agradecimiento.

“Luego me acomodé para sentirme como en casa, me senté en un sofá y vi algo de televisión”, recuerda John.

Pasaron una o dos horas. John se había acomodado para pasar la noche, pero empezaba a tener hambre. Debatió si servirse de la comida de la casa sería muy atrevido. Se acercó al refrigerador y abrió la puerta con cautela. Entonces, oyó voces que provenían de la puerta principal.

“Juraría que apagué todas las luces cuando nos fuimos”, decía una mujer.

El corazón de John empezó a latir más rápido.

“Así que cerré el refrigerador… y simplemente me preparé para lo que viniera”, asegura. “Entonces la puerta se abrió y apareció primero una mujer. Luego, detrás de ella, un tipo delgado, no era muy alto, quizá medía 1,68 o 1,70 metros, que miraba por encima del hombro de ella. Solo nos miramos entre todos y parpadeamos por unos segundos”.

Por un momento, todos estaban en shock. El momento pareció durar una eternidad, pero entonces John consiguió el valor para hablar.

“Me presenté rápidamente y expliqué por qué estaba allí”, dice John. “Se rieron y dijeron: ‘Sí, vimos tu auto varado en la carretera, pero nunca esperábamos encontrar a alguien aquí…’ Y ese fue mi primer encuentro con Virgil y su novia”.

Resultó que Virgil Schmitz era el propietario de la granja. Era cálido y acogedor, y confió inmediatamente en John, a pesar de las extrañas circunstancias.

Poco después, los tres estaban sentados alrededor de la mesa de la cocina, comiendo tarta de fresa y ruibarbo con helado.

John le contó a la pareja cómo había sido su día: el auto que se averió, el auxilio de la grúa, el intento fallido de arrancar el auto y la entrada en su casa. La pareja se rio, contándole que habían estado en casa del hijo de Virgil; la casa está a la vuelta de la esquina, e insistieron en que John se podía quedar a dormir en la granja.

“Lo que pasaba por mi cabeza, mientras comíamos nuestra tarta, era lo afortunado que fui de haberme topado con esta casa, con gente tan comprensiva y acogedora”, dice John.

Después de la tarta, la novia de Virgil subió las escaleras, buscó ropa de cama y mantas e instaló a John en la habitación de invitados.

“Me alojaron para pasar la noche, me dieron desayuno caliente por la mañana, en el Día de Acción de Gracias”, recuerda John. “Dormí muy bien”.

John dice que nunca se le pasó por la cabeza preocuparse por su seguridad.

“Esa gente fue tan amable”.

A la mañana siguiente, había dejado de nevar. El sol asomaba entre las nubes. Después de un abundante desayuno, John llamó a la compañía de grúas, que prometió pasar de nuevo y llevarlo a él y a su auto a un taller de reparación.

Mientras esperaba la llegada de la grúa, John echó un vistazo rápido al patio de la granja. Sacó su cámara de bolsillo Lomomatic de la mochila y tomó algunas fotos de la nieve, que se había apilado unos 15 centímetros sobre los muebles de jardín de Virgil.

No pasó mucho tiempo y llegó la grúa, y John se preparó para irse de la granja.

“Me despedí y le agradecí a esta maravillosa pareja por su hospitalidad”, recuerda.

En el taller de reparación de autos detectaron que la batería tenía un problema y el coche de John fue dado de baja.

“Nunca me gustó mucho ese auto, tenía muchos problemas eléctricos”, reflexiona John.
“Pero cada vez que veo uno actualmente, casi babeo”.

Sus abuelos fueron a recogerlo al concesionario. Y durante el almuerzo de Acción de Gracias, John le contó a su familia sobre sus amables anfitriones.

Más tarde, cuando John reveló sus fotos de la nieve amontonada en la mesa de picnic de la granja, deseó haberse hecho una foto con Virgil y su novia. No habían intercambiado su información de contacto, pero habría sido un buen recuerdo.

“Fue más bien solo un ‘¡Feliz Día de Acción de Gracias! Gracias por su hospitalidad’”, dice John sobre la despedida. “Vivíamos en otra época, no teníamos redes sociales. No teníamos correo electrónico en 1980. No compartimos ninguna información de contacto”.

La próxima vez que John fue a visitar a sus abuelos, en primavera, pasó por la granja para dejar un regalo. No había nadie en casa, pero dejó una caja de chocolates en los escalones de la entrada. Esta vez decidió no abrir la puerta.

“Eso solo fue un detalle de agradecimiento por su hospitalidad en Acción de Gracias”, dice John. “Pero nunca volví a ver a Virgil después de eso”.

Cuatro décadas después, en otoño de 2021, John conducía desde el suroeste de Missouri, donde vive ahora, hasta Kansas City para ver un partido de fútbol americano de los Chiefs con su hermano.

Se dio cuenta, a mitad del trayecto, de que estaba recorriendo la misma ruta que había transitado años atrás, solo que en sentido contrario, y, afortunadamente, sin la nieve ni el auto destartalado de los años 60.

Por impulso, decidió tomar un desvío.

“Tenía algo de tiempo libre, así que volví a la casa que me había dado refugio 41 años antes. Subí por el largo camino de la entrada y la casa seguía allí”, dice.

Vio un cartel, “Schmitz Farm”, que confirmaba que estaba en el lugar correcto. Se sintió cómodo al instante. Entonces vio otra cosa: “La luz del porche que había visto desde la carretera tantos años atrás seguía encendida, y fue esa pequeña cosa la que realmente me derritió el corazón”.

No había nadie en casa. Así que, tras tomarse un momento en la entrada, John siguió su camino.

Un mes después, poco después de Acción de Gracias de 2021, John se encontró de nuevo en la zona. Iba conduciendo con un amigo y empezó a contarle la historia.
Decidieron desviarse por el largo camino de la entrada a la casa.

Los dos se quedaron sentados un momento, mientras John notaba que la luz del porche seguía encendida. Y entonces un hombre apareció por detrás de la casa y se acercó al coche.

“Bajé las ventanillas y se acerca este tipo alto con una camisa de trabajo azul, con el nombre ‘Vernon’ cosido en la parte delantera de la camisa”, recuerda John.

“Preguntó: ‘¿Puedo ayudarle?’ Le dije: ‘Bueno, no necesariamente, pero esta casa significa mucho para mí, porque aquí encontré refugio la víspera del Día de Acción de Gracias de 1980’”.

El rostro del desconocido se iluminó con una sonrisa.

“Me dijo que había estado hablando de mí en una reunión una semana antes de Acción de Gracias”.

Este hombre era Vernon Schmitz, hijo de Virgil Schmitz. Su padre había fallecido años atrás, y ahora Vernon era el dueño de la granja, aunque vivía al final de la calle.

Vernon sabía quién era John.

“Había escuchado a su padre contar la historia sobre este chico que él y su novia conocieron aquella noche hace tantos años”.

John salió del coche y Vernon le estrechó la mano. Vernon se ofreció a mostrarle la casa a John y a su acompañante.

Estaba vacía, pero aun así John la reconoció al instante.

“Todavía podía ver en mi mente el sofá donde había visto la televisión, el refrigerador que había abierto justo antes de que su padre regresara a casa, la mesa de la cocina donde disfrutamos de tarta y helado…”, dice John.

Esta vez, John no desaprovechó la oportunidad de hacerse una foto con el dueño de la granja. Él y Vernon posaron para unas cuantas fotos en los escalones junto a la puerta de la cocina, y un par más junto al portón con el cartel de “Schmitz Farm”.

Vernon le contó a John que la historia se había convertido en leyenda en su familia. Los Schmitz recordaban a menudo la historia del chico perdido que encontraron en la cocina, que buscaba refugio en la víspera del Día de Acción de Gracias.

Para John, la historia también se había convertido en una de las que marcó su vida.
Ninguno de los dos podía creer que se estuvieran conociendo.

“Es uno de esos momentos de la vida en los que sientes que estas cosas pasan por una razón. No sé por qué, pero estoy convencido de que todo, todo sucedió como debía ser”, dice John. “La historia había cerrado su círculo”.

Antes de irse, John y Vernon intercambiaron datos de contacto. Y cuatro años después, aún se comunican y siempre intercambian saludos en los días de fiesta.

“Solo con enviar un saludo que diga: ‘Solo quería que supieras que seguimos pensando en ti’”, dice John.

John también está en contacto con la hermana de Vernon, la hija de Virgil, Nadine. Vernon no pudo hablar con CNN Travel para esta historia, pero Nadine dice que el relato de cómo su padre recibió a John en su casa ejemplifica su carácter amable y atento.

“No me sorprende en absoluto que la puerta estuviera sin llave y que papá se hiciera amigo de John”, dice. “Para mi padre nadie era un desconocido. Mi hermano no vive en la granja, pero aun así deja la luz del porche encendida”.

Para John, que ahora tiene poco más de 60 años, la historia de la pareja que lo recibió en la víspera al Día de Acción de Gracias sigue siendo una de sus “historias favoritas de mi juventud que me encanta contarle a la gente”.

Conectar con Vernon y Nadine creó el “epílogo” que John nunca supo que necesitaba la historia.

Hoy, John dice que siente una abrumadora gratitud, “por lo afortunado que fui por tener este encuentro con esta familia en 1980”.

“Hay tantas variables que podrían haber cambiado el desenlace de la historia”, reflexiona. “¿Pero volvería atrás y cambiaría algo? No, por supuesto que no. Cada año, cuando pienso en esto durante las fiestas de Acción de Gracias, me siento muy, muy feliz. Me siento muy afortunado por haber tenido ese encuentro”.

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