Nota del editor: Advertencia: Esta historia contiene descripciones perturbadoras de lesiones.
Qatar, Doha (CNN) — Raneem Hijazi recuerda lo fuerte que abrazó a su hijo Azzouz, de un año, antes del ataque aéreo que lanzó Israel. El sonido del dron que sobrevolaba su edificio en Gaza era cada vez más fuerte y ella tenía la sensación de que algo malo estaba a punto de ocurrir. «Lo que me ocurra a mí, le ocurrirá a él», dice sobre el motivo que la llevó a tenerlo tan cerca de su vientre.
No recuerda el momento del impacto, pero las secuelas están grabadas en su cerebro. «No sientes el impacto en sí, abres los ojos y estás bajo los escombros», dice.
Inmediatamente empezó a tantear el terreno, buscando a Azzouz, hasta que su suegra gritó. «Lo encontró sobre mi vientre. Lo levantó. Tenía el cuerpo entre las manos y la cabeza sobre mi vientre», recuerda.
Desde aquel momento del 24 de octubre, se cuestiona sus ganas de vivir. Al principio pidió a su familia que la dejara morir, pero en lugar de eso fueron a buscar ayuda para sacarla de la casa destruida en Khan Younis.
«No se me veía la pierna. Mi brazo sólo colgaba de mi cuerpo por un pequeño trozo de carne. Intenté arrancármelo pero no pude, así que lo apoyé sobre mi vientre», cuenta.
Cuando llegó al hospital la habían dado por muerta. Su embarazo de ocho meses hizo que los médicos volvieran a mirar y dieron a luz a su hija Mariam por cesárea.
«Cuando respiró por primera vez, volví a la vida. Los médicos me dijeron que era un milagro», explica.
Hijazi cuenta su historia con voz débil tumbada en la cama de un hospital de Doha, la capital de Qatar. Le amputaron el brazo izquierdo y como sus piernas quedaron gravemente heridas, necesitó injertos óseos para repararlas.
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Retraso crítico
A pesar de los ocasionales gemidos de dolor, los pasillos relativamente silenciosos de la sala de Gaza del Hospital Hamad de Doha son muy diferentes de las abrumadas instalaciones médicas de Gaza. Detrás de cada puerta hay una historia de supervivencia milagrosa empañada por una pérdida inconsolable. Las madres que están recibiendo tratamiento por lesiones que les han alterado la vida pueden empezar por fin a procesar la pérdida de un hijo y a luchar con su capacidad disminuida para cuidar de sus hijos supervivientes.
«Mi hija es la que me salvó. Cuando me lesioné por primera vez, decía: ‘No la quiero a ella. Quiero recuperar a mi hijo'», dice Hijazi. «Ni siquiera podía levantar la cabeza. No podía verla, y mucho menos cuidarla». Espera que algún día su hija le dé la energía necesaria para seguir adelante.
Hijazi fue evacuada de Gaza para recibir tratamiento médico un mes después de su lesión. Mariam, casi tan mayor como la guerra y con las mismas mejillas regordetas de su difunto hermano está con sus abuelos en Egipto. Hijazi ha visto crecer a Mariam a través de videollamadas. Lleva más de seis meses sin abrazarla. En Doha, sale del hospital entre operación y operación y los médicos le aseguran que podrá volver a caminar.
«Llevo unos 21 años trabajando en ortopedia. El tipo de lesiones, la gravedad de las mismas, los tipos de pérdida ósea y el tipo de infecciones a las que nos enfrentamos con los pacientes de Gaza superan (cualquier cosa) que haya visto antes», afirma el Dr. Hasan Abuhejleh, cirujano ortopédico asesor del Hospital Hamad. Ha tenido que decir a muchos pacientes que sus amputaciones, aunque necesarias para salvarles la vida, podrían haberse evitado si hubieran dispuesto de más recursos en Gaza.
Los médicos Hasan Abuhejleh y Ahmed AlSaadi inspeccionan a pacientes de Gaza en el hospital Hamad de Doha, Qatar. (Crédito: Sanjiv Talreja/CNN)
Más de 4.800 personas han sido evacuadas de Gaza para recibir tratamiento médico desde que Israel lanzó su ofensiva militar en respuesta a los ataques de Hamas del 7 de octubre, y miles más en estado grave están a la espera de salir. Israel ha denegado el 42% de las solicitudes de evacuación médica presentadas, según informaron las Naciones Unidas y los organismos de ayuda en una actualización del 10 de mayo. En los últimos días, añadían, «el cierre del paso fronterizo de Rafah ha detenido abruptamente todas las evacuaciones médicas de pacientes gravemente enfermos y heridos fuera de Gaza».
CNN aún no ha recibido respuesta del Coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (COGAT) de Israel a su solicitud de comentarios sobre las solicitudes de evacuación médica rechazadas.
Los retrasos en las evacuaciones médicas han tenido una enorme repercusión en los casos que llegan al hospital de Abuhejleh.
Sabha Al-Soury consuela a su hija Ola en el hospital de Doha. Además de haber perdido a miembros de su familia, les preocupa la suerte de los que aún quedan atrás. (Crédito: Darren Bull/CNN)
Foto inquietante
El dolor reverbera en diferentes frecuencias por las habitaciones del hospital. Shaimaa Al-Ghoul envía un mensaje al equipo de CNN desde una habitación de aislamiento. Como muchos de los pacientes que salen de Gaza, padece una infección resistente a los medicamentos contraída en los hospitales del territorio.
Al-Ghoul perdió a su marido y a dos de sus cuatro hijos en un ataque aéreo en Rafah en febrero. La familia dormía en una habitación cuando, de repente, «la cama se partió por la mitad y caí al suelo», recuerda.
«Oí a Hothaifa (su hijo de 11 años) suplicar a los rescatadores que no le dejaran atrás. No oí a mi marido ni a Jenan ni a Mohamed, así que supe que eran mártires», explica.
Estaba embarazada de nueve meses y cree que la metralla que alcanzó su vientre también mató a su hijo nonato. Abdullah nació muerto al día siguiente.
Hothaifa, hijo de Al-Ghoul, en un hospital de Doha, Qatar. (Crédito: CNN)
Al-Ghoul comparte fotos alegres de sus hijos antes de la guerra, seguidas de una foto muy difundida del cuerpo de su hija Jenan, con las extremidades inferiores amputadas y lanzadas por la fuerza de la explosión hacia la ventana, de donde colgaban sostenidas por la bufanda que llevaba al dormir. Quiere mostrar los horrores de la guerra y los recuerdos que la atormentan a ella y a los demás.
Su hijo Hothaifa recorre los pasillos del hospital con muletas. Su pierna herida está demasiado hinchada para soportar peso. Las risas que le resultan fáciles a su hermana de 6 años, Mariam, que no estaba con la familia aquella noche y fue evacuada ilesa, parecen ajenas a los músculos de su cara.
Mariam entra en una habitación que, según nos habían advertido otros pacientes, albergaba a enfermos con terribles historias de dolor y pérdida. Juega en las camas que quedan vacías cuando algunos pacientes salen en sus sillas de ruedas a respirar aire fresco al atardecer.
La vida después de la pérdida
Dentro de esa habitación, Shahed Alqutati, de 23 años, acaba de terminar fisioterapia. Le han amputado la pierna izquierda y la otra está encajada en un fijador externo, un armazón metálico que mantiene unidos sus huesos destrozados. El ataque que el 11 de octubre alcanzó su apartamento del tercer piso en el norte de Gaza la arrojó a la calle a ella y a su marido Ali, profesor universitario de 26 años.
Conmocionada, abrió los ojos y se encontró con una pierna desgarrada y sangre por todas partes. «Mi marido estaba delante de mí. También estaba herido. Perdió las dos piernas y la mano. Le grité ‘Ali, Ali’. Me oyó y también gritó ‘Shahed’. Se miró el brazo amputado y me preguntó ‘dónde está mi brazo'».
Estas fueron las últimas palabras que compartieron. Ambos fueron trasladados al hospital, pero Ali no sobrevivió. Perdió al amor de su vida y al bebé que estaban a punto de tener.
«Una semana antes de la guerra compramos todo para el bebé, toda la ropa, todas las camisetas. (sic) Rosa, rosa, rosa. Estábamos muy emocionados», recuerda. Su hija Sham nació muerta dos días después de los ataques de Israel, dos meses antes de lo previsto.
Shahed Alqutati perdió al amor de su vida y a su hijo nonato tras un ataque israelí contra su casa el 11 de octubre. (Crédito: Darren Bull/CNN)
Su sufrimiento no terminó ahí. Alqutati fue trasladada al hospital Al-Shifa de la ciudad de Gaza para recibir tratamiento, y en noviembre tuvo que soportar un asedio israelí que dejó a los pacientes y al personal médico sin comida ni agua y con suministros médicos cada vez más escasos. Al cabo de dos semanas, el Ejército israelí la obligó a ella y a otras personas a abandonar el hospital.
Su padre la empujó en silla de ruedas por las carreteras dañadas. En un puesto de control, cuenta, «los soldados israelíes dispararon al aire y dijeron a la gente que volviera. ¿Regresar adónde? No hay adónde ir. Caminamos y caminamos durante demasiadas horas», explica. Ese obstáculo añadió otro día a su arduo viaje por las calles.
Cuando llegaron a Rafah, sus heridas sangraban y estaban infectadas, cuenta Alqutati, pero seguía teniendo miedo de entrar en los hospitales, que se esforzaban por hacer frente a la afluencia diaria de heridos en el conflicto. «Si iba al hospital, moriría, no me recuperaría ni sanaría», afirma. Su padre curó sus heridas lejos de los hospitales.
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El tratamiento llegó después de que la evacuaran médicamente de Gaza, y con él el tiempo para procesar la pérdida. En uno de los muchos videos que comparte en las redes sociales, se ve a su difunto marido Ali sonriendo tímidamente cuando se da cuenta de que ella le está grabando de nuevo, en un acto universitario, desde el asiento trasero de un automóvil, mientras da vueltas en una tienda.
«Nadie sentirá (mi) dolor. Con la gente (soy) fuerte, feliz, me río. Pero cuando estoy sola, siento algo doloroso aquí», dice señalándose el corazón. «No puedo curarme de eso», dice.
«Me acompañará toda la vida. Amputación, fracturas, quemaduras, problemas nerviosos… No hay pierna nueva para mí. Esto es algo que no se olvidará. ¿Y cómo voy a olvidarlo? He perdido a mi amado y a mi bebé», añade.
A pesar del diferente desenlace de sus embarazos, Alqutati e Hijazi describen una desesperación similar que las encadena a los horrores de la guerra en Gaza. Como muchos evacuados por razones médicas, no saben con certeza cuál será su futuro ni dónde acabarán, y están preocupados por sus familiares atrapados en Gaza.
«La vida se ha acabado. Ya no hay alegría», dice Hijazi. «Cierro los ojos y todos los recuerdos me abruman. Fui al centro comercial y vi la leche de fórmula que usaba para mi hijo, y sentí que me moría. Y sólo era leche de fórmula. Te puedes imaginar lo que me pasa cuando veo su foto, sus videos, sus juguetes o su ropa», dice. Se le saltan las lágrimas cuando ve un video de Azzouz riéndose.
«El dolor nunca desaparecerá. Son cosas que no se olvidan», dice. «Los damos a luz sólo para perderlos».
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